viernes, junio 22, 2012

Día Mundial de la carta escrita a mano

Mi querida hermana: espero que al ser ésta en tu poder os encontréis bien, nosotros bien a Dios gracia.

Hermana, de lo que me dices que si…   así empezaban todas las cartas que durante años, siendo yo un crío, mi madre me dictaba para  mandárselas a su hermana. El resto de la carta variaba de una a otra, en ellas mi madre y mi tía se iban contando sus vidas:  los nacimientos de sobrinos nuevos, la muerte de algún conocido del pueblo… después las  cartas, siempre, todas las cartas, terminaban igual, con “besos y abrazos” y un montón de círculos y aspas que, según mi madre, representaban aquellas muestras de cariño: los círculos eran besos y las aspas los abrazos.

Era ilusionante mirar el buzón, encontrar una carta y, por la letra, adivinar de quien era. Luego mirabas el remite y una sonrisa te iluminaba la cara: carta de Barcelona, de la tita. El mismo protocolo, el mismo comienzo, calcado, solamente el nombre cambiaba. Al final de la carta, un folio con líneas que hacían de renglones para escribir derecho, los mismos círculos y las mismas aspas.

Hace años que aquellas cartas pasaron a la historia, tan sólo por Navidad las tarjetas de felicitación se escribían a mano. Ya ni eso. Era la agonía de un modo de comunicación en el que, con la carta, se mandaba una parte de nosotros: nuestra letra, el papel que nuestras manos habían rozado y después doblado cuidadosamente para que cupiese, el sello que nuestra lengua había humedecido para pegarlo a un sobre donde nuestra letra de nuevo era una bandera que nos identificaba antes de ser visto el remite.

Hoy no miramos el buzón, miramos el correo en una pantalla donde las cartas ya no se llaman cartas, posiblemente porque dejaron de serlo, y todo lo que vemos tiene esa frialdad que dan las máquinas. Ya no identificamos la letra de un familiar, de un amigo, de un amor. Ahora la letra no es la de María, es la Arial, la Georgia… ni siquiera quien nos la manda es María, ni el amigo Pedro, ni la tita Carmen, ahora quien nos escribe es maría1965@...

Qué pena que avanzar sea olvidar y dejar atrás tantas cosas, que triste que se pierdan tantas cosas que formaron parte de nuestra vida: las cartas, el afilador, el cine de verano, los juegos de los niños en las calles…  Posiblemente avancemos hacia un mundo mejor, pero dudo que lo hagamos hacia una vida mejor. Puede que ni siquiera sea vida aquello a lo que avanzamos. Puede que la vida sea precisamente aquello que vamos dejando atrás.

A mí me gustaría mirar una buena mañana el buzón y encontrar una carta escrita a mano. Seguro que el corazón me daría un vuelco. ¿No os pasaría lo mismo, no os gustaría que alguien que os quiere volviese a tomar en sus manos un bolígrafo, un papel, y os contase de su puño y letra cómo le va la vida? ¿No sería eso mejor que abrir el correo en el ordenador y encontrarse diez correos con fotos de paisajes exóticos, con frases rimbombantes, con animalitos que se dan muestras de amor?  ¿Y si en lugar de esperar esa carta la enviamos? Hagámoslo, instauremos el Día Mundial de la Carta Escrita a Mano. El próximo martes día 19 mandemos esa carta, vamos a dar a un ser querido la alegría de recibir algo que estaba perdido. Yo lo haré.


El viejo farero.

Noche cerrada


Llega un momento en que hay que parar para ver el camino al frente, descansar un poco las piernas y quitarse el polvo del camino. A veces esas paradas se hacen en posadas en la ruta, lugares especialmente preparados para que el cuerpo y la mente puedan retomar fuerzas y seguir viaje. Otras veces al caminante le llega el momento en medio de la fraga, o cuando la tempestad arrecia entre los montes. El mío es ahora.

Gracias y hasta pronto.

lunes, junio 04, 2012

Lágrimas que queman


Sus manos suaves y cálidas se apoyaron en mis hombros, con la excusa de sostenerse en la pendiente, y las mías volaron a su encuentro, casi con voluntad propia, sintiendo la suavidad de su piel.

Habíamos llegado en taxi hasta la península, buscando un paso por la bahía que nos permitiera llegar hasta el antiguo fuerte español sin tener que esperar el ferry que, dos veces cada día, comunicaba la ciudad con las villas en la entrada de la ensenada. Nos habían hablado de un viejo transbordador, apenas una balsa con barandillas, que cruzaba la boca de la bahía, comunicando así a las poblaciones de las dos orillas. 

Tuvimos que llegar hasta la entrada de la bahía mediante un taxi, cuarenta y cinco minutos por una carretera escondida y en malas condiciones que, sorpresivamente, terminaba en un hotel de cuatro estrellas, de esos que sólo los extranjeros pueden ocupar en la Cuba de los años noventa.

En el trayecto nos dimos los primeros besos, caricias que llegaron de forma natural, sin pensar. Recuerdo sus ojos negros, brillando con la luz de la mañana, y el sabor a fresa de sus labios, a juego con su perfume casi infantil…

Pasamos ese día juntos, yo separado del grupo con el que fui a ese viaje, y fuera de las rutas preparadas para los turistas. Descubrimos el fortín de los tiempos coloniales, aún imponente y serio, protegiendo el interior de las incursiones de piratas y bloqueos. Caminamos por la población cercana cogidos de la mano, un gesto de cariño que no estaba acostumbrado a recibir, mientras ancianas y niños nos sonreían y preguntaban. Conocí de su mano la calidez y simpatía de una gente que, a pesar de las circunstancias, sobrevive intentando al mismo tiempo vivir. A veces pienso qué habrá sido de ella, si seguirá en la isla, si habrá conseguido huir, o tal vez cazar a algún turista como algunas de sus amigas hicieron antes.

Seguramente no se acuerda de mí. No importa. Yo sí. Forma parte de mi vida, y lo hará siempre, pues lo que soy ahora es, entre otras cosas, gracias a ella…