Tictactactactactictactac…
El ruido de las teclas le llevó hasta la
habitación. Le había despertado de su siesta un continuo soniquete que venía de
aquel cuarto. Lo conocía bien. Era el sonido de la vieja Remington, incluso
escuchaba ese característico “tchak” que hacía la “ele” minúscula al chocar
contra el papel. Sin embargo, era una voz que no había escuchado en bastante
tiempo, desde el accidente…
Se asomó por la puerta. Allí, sentado frente
al escritorio, golpeando rítmicamente las techas de la máquina de escribir, Max
parecía en otro mundo. El humo del cigarrillo que había encendido, y que probablemente
ya había olvidado, se elevaba desde el cenicero, mientras los dedos del hombre
se movían sin descanso, saltando de una letra a la otra, formando palabras,
frases, párrafos, una historia…
No quiso acercarse. Desde su lugar podía ver
como la inspiración hacía que el hombre escribiera línea tras línea. Conocía su
forma de hacerlo, sacando casi toda la historia de un tirón desde su prodigiosa
imaginación, para releerla y corregirla después lenta y laboriosamente. Parecía
que las musas habían vuelto a acordarse de él. Ni un momento dejó de teclear,
no había dudas ni vacilaciones en su forma de hacerlo, todo surgía con fluidez
de sus manos, de su cabeza... Notó como una sonrisa se empezaba a formar en su
rostro, era alegría, por fin las horas de angustia, malos sueños, discusiones y
dolor hubieran terminado. Ya estaba impaciente por leer la historia que surgía
en ese momento…
No hay comentarios:
Publicar un comentario