Leía el otro día un artículo en el periódico sobre
Salou, al parecer convertida en la ciudad preferida por los alumnos de 4º de
ESO para celebrar el fin de selectividad, y vinieron a mi mente las imágenes de
mi propio viaje, ya hace tantos años. Entonces Salou ya tenía su fama, era un
centro de verano en la Costa Brava, con muchos hoteles, apartamentos, algunas
discotecas, muchos bares enfocados a la clientela británica, supermercados…
Eramos un grupo de lo que entonces se llamaba
COU. No habíamos terminado la selectividad, ni íbamos solos como los chicos de
ahora; con nosotros vinieron la profe de física y el de inglés, el preferido de
las chicas del instituto. Era el viaje de fin de curso, por el que habíamos
estado trabajando todo el año, vendiendo bocadillos, haciendo fiestas en el
gimnasio… Un largo viaje en tren desde Madrid para llegar y disfrutar de unos
pocos días de sol, playa, amigos, discotecas...
Muchos recuerdos de ese viaje. La marcha
nocturna a Tarragona, a la discoteca; la tarde en mi habitación tocando la
guitarra, los desayunos comunales en la habitación de las chicas, sentados en
la playa con el parka puesto, el mar elevando mi cuerpo, las voces en el
rompeolas, las quejas de los vecinos por el ruido…
El profesor de inglés enfermó, no recuerdo si
fue real o simplemente para darnos algún tipo de lección. Estábamos todos
preocupados, no sabíamos qué hacer. Asomados a la puerta de su habitación,
recuerdo haber oído a Mar decir “Y si se muere, ¿nos devuelven el dinero?”.
De ese viaje siempr me viene a la memoria otra anécdota. Ocurrió en el único apartamento mixto que había, en la que estaba uno de los guapos del grupo, Alberto,
luego cantante en un grupo famoso en el que lleva muchos más años de los que
parece. Alberto iba con su guitarra, a primera hora de la mañana (debía ser mediodía,
por tanto) pasando delante de uno de los dormitorios de las chicas cuando se
escuchó una voz desde dentro, “Alberto, pasa y tocanos algo”. La calenturienta y
rápida mente de chavales adolescentes, con las hormonas en ebullición, hizo el
resto.
Qué rápidos han pasado estos años. Ya Pedro no
se pone el sujetador de una compañera con unas naranjas para celebrar su
cumpleaños, ni Ana muestra su bikini por los pasillos del hotel. No sabe igual
el desayuno, ni el mar es tan cristalino como lo es en mis recuerdos, aunque
las risas siguen sonando con la misma fuerza de entonces.
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