domingo, septiembre 30, 2012

Páginas de cereza

Finas gotas de sudor bajaban por su espalda. Ya hacía rato que se había desabrochado la camisa, empujado por el calor que comenzaba a sentirse en el jardín. Llevaba desde primeras horas del día trabajando en esa parcela, limpiando, desbrozando, organizando… Había sacado toda la basura que los años habían acumulado sobre el terreno, y en un lateral ardían los troncos y ramas secas de varios de los árboles que tenía ese pequeño huerto.

Sabía lo que quería y sabía que tendría que trabajar duro para conseguirlo. Ya llevaba varios días en la casa, y la lista en la que apuntaba las reparaciones necesarias no hacía sino crecer: poner cristales nuevos a las habitaciones del piso superior, reparar varias de las cerraduras de habitaciones y armarios, limpiar baños y cocinas, despegar los años de suciedad de los cristales del salón, arreglar la puerta de la entrada, remendar varios agujeros en el tejado, replantar el jardín…

Mientras tanto, se había instalado en el salón, cerca de la chimenea. Su saco de dormir y sus escasas pertenencias ocupaban apenas un rincón de la habitación. Desayunaba fuera, en alguno de los bares que se asomaban a la carretera general; le gustaba llegar temprano, con los clientes mañaneros, confundirse con ellos y desaparecer al poco rato. No quería preguntas. No estaba preparado para ello. Durante demasiados años había mantenido una máscara que no estaba dispuesto a volver a usar. Por eso había venido a este pueblo, para ser él mismo, para no tener que mentir a cada instante…

Los días fueron pasando, y poco a poco el edificio que había comprado comenzó a ser medianamente habitable. Hacía él mismo la mayoría de las reparaciones, feliz de poder utilizar las manos en una actividad que le evitaba pensar, recordar, mientras sentía como se endurecían sus manos, llenas de ampollas por el trabajo. En las tardes, después de un duro día, le gustaba sentarse en una vieja mecedora que había encontrado en el desván, mirando cómo aparecían las estrellas desde el jardín trasero. Observaba la luna brillar sobre el valle, dibujando fantasmas que poco a poco, casi sin darse cuenta, iban ocupando el espacio de los suyos, echándoles de su interior y comenzando a serenar su espíritu.

jueves, septiembre 27, 2012

El pobrecito hablador

Cada vez creo más que el ente España es un hombre: bravucón, peleón, fiestero, un poco perezoso, pícaro y bastante orgulloso. Y con eso me refiero a la actitud que trasciende de lo que hacemos y decimos. Ahora mismo estamos en una crisis en la que se han producido 400 000 desahucios, que alguien ha tenido la brillante idea de poner candados a los contenedores de basura para que no se pueda buscar comida en ellos (señal de que se hacía, y mucho), que la amenaza del despido se cierne sobre muchos de nosotros, y que tenemos un paro de los más altos del mundo... ¿Y cómo lo arreglamos? Dedicando horas y horas a ver si se divorcia esa señora o quién tiene mejor voz, o qué le pasa al pobre que esta triste, o pidiendo autodeterminación.

Vaya por delante que respeto mucho todos los derechos históricos de los pueblos que componen nuestra piel de toro, desde los habitantes del oriente al poniente, pero eso, derechos históricos y dentro de un contexto actual. Que Cataluña es una nación, mira, no lo discuto ni me interesa; pero era parte de la corona de Aragón, con su autogobierno, y creo recordar de mis años de estudio que hasta el siglo XVIII lo conservaba pero estaba bajo la corona de España. El señorío de Vizcaya ha sido parte de la corona de Castilla desde el siglo XIV, y el reino de Galicia dos siglos antes. Parecen muchos años para ser explotados, o creer que son colonias esclavizadas, como he leído en algún sitio.

Sí, hay un idioma y una cultura diferentes en estos lugares, que deben ser protegidos y respetados. Pero también hubo una dinastía real en un pueblo de la sierra castellana durante más de doscientos años, y ni pelearon con los reyes de Madrid ni los veo levantarse en armas, enfadados ante el ataque centralista y ansiosos por la independencia.

Mi propuesta, desde el asombro ante nuestra estupidez como masa, es la siguiente: antes de hacer ninguna promesa de independencia, ni amago de partir una cesta que cada vez hace más aguas (¿pero qué va a quedar, sea Cataluña o Madrid, si rompemos lo que ahora mismo necesita recomponerse para todos?), mi propuesta, repito, es limpiar el país de malos políticos. Una casta de personas que parecen haber perdido el contacto con la realidad (alquiler, dietas, iPad, coche oficial, prebendas varias, chanchullos...), y que en su afán de mantenerse montados en la adrenalina del poder nos están clavando las espuelas en las costillas, porque carne no nos queda.

Hoy, más que nunca, se hacen proféticas las palabras de Mariano José de Larra, cuando escribió: “Aquí yace media España, murió de la otra media”

miércoles, septiembre 26, 2012

Ese lugar de dónde nunca querré irme

Los veo desde mi ventana, sentados en un banco del parque, abrazados y ajenos a todo. El huidizo sol de este día de primavera los ilumina de vez en cuando, pero ellos no parecen conscientes de su inconstante calor, solo lo son el uno del otro. Los observo durante unos momentos, preguntándome qué podrán decirse, qué será eso que tanta gracia les hace… las carteras están también juntas, rosa la de ella, azul con vivos colores la de él. Debieran estar en el colegio, por la hora del día, y sin embargo han decidido pasar ese tiempo juntos, en un banco de un parque, unidos por las manos y quién sabe si también por los corazones…

Desvío la mirada. Los recuerdos que me traen son demasiado dolorosos y los vuelvo a enterrar en el fondo de mi alma. Y sin embargo… Su foto sigue mirándome por la noche, nunca tuve el valor de alejarla de mis sueños; su perfume aún aparece en mi armario de vez en cuando, cuando alguna de sus ropas se cruza con mis manos; su voz se oye en la casa, cuando la noche es fría y mis lágrimas no pueden quedarse quietas…

Los veo desde mi ventana, felices y ajenos al paso del tiempo, inmortales como solo el amor de otra persona puede hacerte…

domingo, septiembre 16, 2012

Miedo


La noche sigue siendo mi refugio. Durante el día me confundo con el resto de los mortales, con toda esa gente que camina por las avenidas, que llena el Corte Inglés de voces y sudor, que se esparce por las calles como una marea viviente desde los centros de oficinas… Durante el día soy igual que otros miles de rostros, cansados, ojerosos, deseando terminar una jornada de trabajo que a muchos no llena.

Pero cuando el sol se oculta tras los edificios, cuando el calor del asfalto comienza a ceder, y las luces de ventanas y farolas se encienden, me transformo. Desaparece la apatía que me domina en las horas de luz, mis músculos se estiran y piden ejercitarse, mi ojos se agrandan y se preparan para la búsqueda, el resto de mis sentidos se afila como los de un animal…

En la oscuridad cazo. Busco a mis presas entre aquellos que aún no han regresado a sus casas, entre los oficinistas que permanecen más tiempo del debido en sus trabajos, entre las señoras de la limpieza de regreso a sus hogares, entre los agentes de la ley patrullando por las calles de mi ciudad… Durante los fines de semana mis garras se clavan en jóvenes que disfrutan de la penumbra de bares y discotecas, de aquellos que buscan sexo rápido en las calles, de los que intentan olvidar sus penas en un vaso de alcohol o en el contenido de una jeringa…

Soy el miedo que te atenaza en las sombras, la visión que te paraliza el corazón en callejones oscuros, tu peor pesadilla… ahora al 21%.

jueves, septiembre 13, 2012

Islas

La casa no estaba en las mejores condiciones, pero a él le pareció perfecta. Le faltaban varios cristales en las ventanas del piso superior, la puerta estaba bastante desvencijada, le hacía falta una nueva capa de cal en el exterior y seguramente tendría que reemplazar varias tejas en el tejado, pero a él le pareció perfecta. Alejada de las vías principales del pueblo, en una calle solitaria y tranquila, con un gran patio trasero que había visto mejores días y unas grandes vistas al valle y a las montañas, a él le pareció perfecta.

Cuando el propietario le mostró el interior, sus buenas sensaciones se acentuaron. A pesar de la suciedad y polvo, las vigas principales estaban en buen estado, y no se observaban grietas ni agujeros en las paredes y el suelo. La chimenea estaría seguramente atascada, pero el hogar tenía sus ladrillos refractarios en buen estado. Las cañerías eran antiguas, aunque no mostraban signos de desperfectos. Al abrir los grifos, el chorro de agua salió limpio y sin problemas, señal de que la fontanería no sería un gran problema.

Caminaba por el amplio salón, mirando las ventanas, mientras el dueño del edificio intentaba alabar las condiciones de la vivienda, temeroso sin duda de que ese cliente desechara la compra como lo hicieron otros antes. Sin embargo, el hombre que había llamado a su puerta esa mañana, un desconocido que acababa de llegar al pueblo por lo que contó, no era como los demás.

El trato se selló con un apretón de manos y la firma del contrato en la notaría cercana. Después de que se cumplieran los trámites administrativos de rigor, el nuevo dueño del edificio entró en la casa, llevando en la mano una gastada mochila y un saco de dormir que había visto también mejores días. Abrió todas las ventanas y extendió el saco de dormir en el suelo de la habitación principal, bañado por la luz de la luna creciente que entraba por una de las rotas persianas.

Tras recorrer la casa de nuevo, como tomando nota mentalmente de su disposición y posibilidades, el hombre se desnudó y entró en el interior del saco. Cerró la cremallera del mismo y durmió dos días.

sábado, septiembre 08, 2012

La imagen de tus ojos

Apenas unas horas desde la partida, mis retinas aún conservan la imagen de tus ojos, fijos en mí durante los besos finales, mientras mis manos recuerdan todavía el tacto de tu rostro, suave, cálido, y mis labios el sabor salado y dulce de tu piel... Tu presencia, tu tez, esos ojos en los que me sumergía y salía renacido, mis ganas de tomarte de la mano en la comida, las tuyas... Gracias por el regalo de tu cabeza en mi hombro y nuestras manos entrelazadas...

Estoy sentado en el lado de la ventana del autobús, viendo como el sol se hunde tras las casas de esta ciudad que se ha convertido en mi cárcel y mi paraíso, pensando en cuándo volveré a verte, cuándo estaremos juntos de nuevo…

En otro lugar y tiempo, regreso a casa después de una dura jornada de trabajo, horas frente a problemas que no puedo resolver, agotado, y sin embargo incapaz de descansar. La casa está vacía, sin alma, no tiene calor de hogar, es un sitio al que vengo a dormir y en el que paso las horas que no trabajo. Me preparo algo de comer, sin ganas, solo por el hábito de alimentarme, y me siento frente a mi ordenador, a esperar. 

Observo desde mi asiento como se encienden las luces de la ciudad, un reguero de rubíes y diamantes que salpican el suelo hasta donde la vista alcanza, mientras me voy alejando de tu cuerpo. En mis manos las entradas de esa obra que vimos me hacen pensar en ti de nuevo, te vuelvo a ver sonreír ante el nombre en el poster del teatro, vuelvo a recordar tus silencios, tu mirada sobre mí cuando crees que no te veo, tu sorpresa al verme, el calor de tu abrazo…

En otro mundo caminamos por la playa, unidas las cinturas, sin hablar, yo sintiendo la fuerza de tu cariño mientras el viento me susurra al oído, mientras intento absorber el momento, intentando averiguar en qué piensas, qué sientes después de estos años juntos: tal vez recuerdas aquella primera vez en casa de nuestra amiga común, hace tanto tiempo, o quizás cuando nos volvimos a encontrar en los pasillos de la escuela, tu sonrisa y tus ojos llamándome entre los timbres y los libros.

Llego a mi destino, cansado y añorando tu ser. La gente que pasa a mi lado no es consciente de lo que me pasa, no pueden ver el vacío de mi corazón ni la fuerza que me falta. Aquellos que tal vez me miren hoy solo verán a un hombre, entre otros muchos, con una mochila al hombro, caminando con la multitud, la mirada perdida y una sonrisa en los labios. Tal vez aquellos que se fijen un poco más puedan ver el libro que llevo entre las manos, y esos pocos que tengan interés en la portada en blanco y negro, quizás vean como sobresalen los pétalos de una rosa entre sus páginas y, reflejados en mis ojos, la imagen de los tuyos…

Que no se pierdan los sueños..

Durante un par de años de mi vida me dediqué al estudio para opositar a lo que entonces la administración llamaba técnicos en señales marítimas, y el resto del mundo llamaba fareros, como mi amigo el viejo farero. Me atraía naturalmente un puesto fijo en la administración, en unas oposiciones que eran relativamente fáciles, pero sobre todo la posibilidad de vivir en un faro, la soledad y el mar. Fueron buenos tiempos, tiempos inocentes, en los que la mayoría de mis ilusiones estaban intactas, y aún no había conocido y ansiado otras sensaciones, otras emociones…

A pesar de mis esfuerzos no conseguí el codiciado puesto de funcionario, y tal vez fue lo mejor. Desde entonces he viajado, he conocido otras gentes, me he enamorado, me han roto el corazón varias veces, lo he recompuesto otras tantas, he aprendido formas y percepciones del mundo diferentes a las mías, he creado universos…

Sin embargo, en la tranquilidad de la noche, cuando mi mente vaga en busca de un refugio en el que descansar, muchas veces vuelvo a ese viejo faro situado en una costa ignota, aislado del mundo, con solo las gaviotas y la espuma del mar como visitantes, y abro la puerta de madera pintada de verde, subo las escaleras del fuste de la torre y me asomo desde el torreón, apoyando las manos en la barandilla metálica y observo el infinito, ese lugar tan esquivo…

Que no se pierdan los faros...

domingo, septiembre 02, 2012

Nuestros ojos se enamoran

Recio y Luxía se conocían desde pequeños. Habían ido juntos a la guardería del barrio, y de ahí habían pasado al colegio de los Dominicos para continuar con su escolarización. A Recio le llamaban así en el barrio por su complexión; era un muchacho de anchas espaldas, gran cabeza y brazos más largos de lo normal. En los partidos de fútbol entre clases siempre era de los primeros en ser “pedidos” en la fila, y sus patadones eran muy apreciados por los capitanes… Luxía era una niña desgarbada, delgaducha y con coletas, que siempre vestía con un uniforme dos tallas más grandes que ella, y que solía ocupar los últimos pupitres de la clase.

Recio y Luxía eran vecinos. Los dos vivían en uno de los muchos edificios de apartamentos que había en el extrarradio, y tomaban un autobús escolar para dirigirse al colegio. Solían salir al mismo tiempo de casa y encontrarse en el portal; si uno de ellos llegaba antes, el otro esperaba sentado en los primeros escalones, repasando la lección o asegurándose de llevar todos los útiles. Si el retraso era mucho, llamaban por el telefonillo, apurando al compañero. Corrían juntos hasta llegar a la esquina en que los recogía el viejo bus.

A la vuelta solían coincidir con otros compañeros. Cada uno iba con el grupo de amigos de turno, cargando carteras, respuestas de exámenes, peripecias de recreo, secretos… Al llegar a su parada se bajaban uno detrás del otro y caminaban en silencio hasta su edificio. A veces comentaban algún suceso gracioso que hubiera ocurrido, o intercambiaban opiniones sobre la vida escolar. De ese modo, llegaban a sus casas, donde retomaban la vida familiar de cada uno.

Así, entre libros que cambiaban todos los años, bollos en la tienda de la señora Carmen, chuches en el kiosco de Paco y muchos coscorrones, Recio y Luxía llegaron a la adolescencia, unos completos desconocidos el uno para el otro. De repente, una mañana, mientras la esperaba en el portal, Recio se descubrió mirando a Luxía de una forma distinta, embobado ante su falda tableada, que se levantaba con el viento, con el movimiento de su pelo, con su sonrisa, con la profundidad de sus ojos negros…

Ese día Recio se convirtió en Alfredo, y su vida ya nunca más volvió a ser la misma.