miércoles, diciembre 17, 2014

Sazonas mi interior

Veía la lluvia caer sobre el valle mientras tomaba una taza de café humeante, asomado a la ventana del salón, escuchando el crepitar de los troncos que había echado al fuego apenas unos momentos antes. Había reparado el tejado justo a tiempo. Los últimos días de sol otoñal los había pasado limpiando el desván, sacando a ratones de sus madrigueras y a palomas de sus nidos, reemplazando tejas, maderas y recubrimientos podridos o rotos. Fueron días extenuantes, de trabajo duro y honrado, hecho con las manos, como le gustaba, aunque su espalda se lo negaba.

Las nubes de color acero corrían veloces sobre la montaña, manteniendo un cielo oscuro y húmedo sobre el valle, en el que de vez en cuando se dejaban ver fugaces unos jirones de azul, como jugando. Sabía que el agua que caía fertilizaría el terreno de su jardín, haciendo que las cenizas de sus recuerdos se mezclaran e integrarán con la tierra. Había plantado grupos de lavanda, tomillo y otras hierbas, buscando el equilibrio entre las distintas floraciones y sus necesidades de tener siempre alguna nota de color a la vista. Más adelante pensaba comprar unos plantones de cerezo y manzano, y tal vez un nogal, aunque dudaba sobre este último; tenía suficiente espacio, ¿pero tendría suficiente vida?

Al limpiar el terreno había mantenido la higuera que crecía salvaje sobre una de las esquinas del muro, quizás porque sus retorcidas ramas le recordaban un poco de su pasado. Algunas tardes las había pasado observando sus vueltas y revueltas, las hormigas subiendo por el tronco para arrancar las últimas mieles de los pulgones, las marcas de su corteza que evidenciaban los embates del tiempo y del abandono... Y sin embargo, crecía fuerte y sana a pesar de todo, con las raíces buscando la vida en las profundidades y sus hojas anhelando el cielo.

Un estallido en el hogar le sacó del ensueño. La madera de encina que había comprado al viejo del pueblo ardía bien y proporcionaba un calor que su cuerpo agradecía. Volviendo la mirada hacia el interior de la casa no pudo dejar de sentir un cierto orgullo. En apenas unas semanas aquel viejo caserón se había convertido en un refugio a su gusto, con muebles cómodos y agradables, algunos cuadros de amigos o comprados en sus viajes, recuerdos gratos esparcidos por todas partes. No obstante, aún sentía que quedaba mucho por hacer: tenía que renovar parte de la estructura de los dormitorios, demasiado vieja para aguantar el paso de las estaciones, construir una estantería para colocar sus libros, buscar un artesano que le hiciera un baúl como siempre soñó y colocar el viejo escritorio en la habitación que había preparado en el desván, bajo la claraboya que se había hecho instalar y que le permitiría ver el cielo de verano mientras escribía.


Sí, todo parecía ir en orden. Y por eso sabía que no duraría demasiado.

1 comentario:

Candas dijo...

No hay nada mejor que unas buenas raices de higuera para enmarcar unos propósitos tan anhelados.
Da gusto leerte cuando escribes así, del tirón...