miércoles, febrero 23, 2011

Que cierren mis heridas...

Encontró sitio en la barra, cerca del piano ahora vacío. Se sentó en un viejo taburete, de donde le colgaban los pies húmedos por la lluvia incesante de los últimos días; ya no sentía la saturación, sus ropas estaban empapadas en sudor y agua con los restos de la ciudad. Había tenido la intención de pasar por casa para cambiarse, pero había sucedido aquello, y se había tenido que refugiar de nuevo en el Inverness, un viejo pub a dos manzanas de su puesto de trabajo.

Pidió una copa de absenta. En algún lugar había leído que era un veneno, y le pareció lo más apropiado. Tuvo suerte. El barman era un viejo corso que llevaba años en el país y conocía el rito de la bebida, incluso le pareció ver un brillo de complejidad en sus ojillos redondos. Regresó un momento después con un vaso de extraña forma, como si hubieran puesto un vaso de agua sobre una pequeña bola de cristal, y una cuchara alargada y con orificios en la base. De una botella de cristal sirvió un líquido de color verde, hasta llenar la pequeña cavidad circular del vaso; entonces, mientras observaba el color verde esmeralda del licor, el barman colocó un terrón de azúcar en la cuchara, sostenida en la parte superior del vaso, y comenzó a verter agua fría en el mismo, de forma lenta, consiguiendo que el terrón se disolviese y la bebida tomase un color lechoso.

El louche se toma de un trago, dijo el viejo barman, adivinando su torpeza.

Con un poco de vergüenza por su ignorancia, tomó el vaso y lo bebió de golpe. El shock de alcohol casi ahoga el sabor dulce y anisado de la bebida, que se transformó en amargor una vez hubo traspasado su garganta. Herido en su orgullo, pidió una segunda copa, que el camarero preparó de la misma forma, mientras arqueaba las cejas en gesto divertido. La segunda copa aumentó el calor que sentía, y con el vaso vacío en la mano se apoyó en la barra, mientras sentía como el alcohol hacia efecto en sus miembros y en su memoria.

Recordó la discusión con Molly, los gritos, los reproches, las palabras hirientes. Su corazón volvió a encogerse cuando ella le confesó su relación con otro hombre, y volvió a romperse cuando imaginó de nuevo el lacerante significado de sus gestos y expresiones. Una lágrima se acumulaba en su ojo derecho, mientras rememoraba los primeros días, meses, de felicidad; la veía de nuevo, desnuda, sonriente, vestida solamente con una camisa suya, tumbada en la cama que minutos antes les había visto darse placer el uno al otro. Sintió de nuevo el tacto de su piel, la fragancia que emanaba de sus poros, su eterna sonrisa cuando entrelazaban las manos, cuerpos desnudos en el amanecer del verano. Poco a poco su corazón se serenó, sus ojos se enturbiaron, la mano dejó caer la copa… en sus recuerdos, Molly le besaba apasionadamente, sus labios se abrieron para corresponder a la caricia, mientras sus manos recorrían su cuerpo adorado, pulsando y haciéndolo vibrar como sólo él sabía. Su felicidad era total con ella, con su cuerpo acostado a su lado, su cabeza metida en el hueco de su hombro, sus manos entrelazadas, susurrando secretos que solo ellos conocían, mirando en la profundidad de sus ojos y sintiéndose libre…



Las luces de los coches patrulla iluminaban la callejuela en la que se abría la puerta del Inverness, la cinta policial indicaba que los borrachines del barrio debían buscar una nueva posada para esa noche, no habría calor para ellos en el Inverness. El subinspector Galló llegó poco después, calado hasta los huesos a pesar de haber aparcado su coche a apenas unos metros.

¿Qué tenemos, Peláez? preguntó al número de la Policía Local que le esperaba a la puerta del garito.

Un fiambre, varón, treinta y pocos años, sin documentación ni conocidos entre los clientes. El camarero dice que pensó que estaba durmiendo la mona, y no se acercó a él hasta bien entrada la noche, cuando necesitaba la mesa en la que estaba recostado. Ahí notó que se había ido sin pagar…

La broma no le gusto a Gallo. Hombre supersticioso, consideraba que la muerte era una puerta a otra dimensión mejor; el que nadie hubiese regresado era su mejor baza en las discusiones de filosofía de bar.

¿Algo particular? ¿Alguna cosa que nos ayude?

Tenía una copa rara en la mesa, el barman dice que solo se usan con clientes especiales, para servir un licor franchute de esos caros.

Habían llegado a la parte final de la barra, los chicos del forense estaban tomando todas las fotos necesarias. Gallo observó al muerto, y no pudo retener el comentario, envidioso: Parece que se fue feliz...

Una expresión relajada, pacífica, aparecía en la cara del hombre, dándole un aire de reposo que explicaba la tardanza del barman en advertir su muerte. Parecía que recordaba algo muy hermoso…

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