viernes, septiembre 09, 2011

Acariciar el pelo y el alma

Sara destacaba entre la multitud. Su melena pelirroja junto con su estatura, mayor de la media de las chicas de su edad, hacían que la gente se parase a admirarla, alabando sus lindos ojos verde pizarra, la delicadeza de sus rasgos, el tono de su piel o sus largos y finos dedos. Siempre había sido así; desde que tenía uso de razón había recibido elogios y privilegios por su belleza física, y con los años dejó de asombrarse por ello y a aceptarlos como una consecuencia directa del hecho de su presencia.

Tal vez por ello le resultaba extraño Seamus. Seamus era un muchacho normal, ni muy alto ni muy bajo, ni muy guapo ni muy feo, ni muy listo ni muy tonto. Nada destacaba en su apariencia física o en su conversación. Podía perderse entre la multitud sin problemas, estar a tu lado y no notar su presencia. Solo cuando estaba junto a Sara se transformaba: sus ojos avellana se encendían, parecía más alto, más alegre, los pocos que le conocían detectaban alegría en las notas de su voz…

Los dos jóvenes se conocieron de una manera casual, en uno de los mercados dominicales a los que a Sara le gustaba ir, siempre en busca de algo original y barato para adornarse o para su habitación; muchas veces conseguía autenticas gangas sólo con una caída de sus largas pestañas o una sonrisa mostrando sus perfectos y blancos dientes. Chocaron, y enseguida el chico se disculpó: Perdona, no te había visto ¿No la había visto? ¿Qué no la había visto? ¿Pero quién se creía ese chico qué era, no verla a ella, la chica más hermosa del pueblo? ¿Y dónde se había metido?

Sara perdió de vista a Seamus casi al momento de chocar, pero durante todo el día, y el siguiente, estuvo enfadada, no sabía por qué. Ni siquiera los cariños de sus padres o de sus amigas, que le decían lo bien que le quedaba esa falda estilo hippie que había comprado, la consolaban.

Volvió a verlo unos días después, cuando una de sus compañeras de clase la llamó durante uno de los descansos. Estaba con un chico que le resultaba vagamente familiar, y cuando se lo presentaron él dijo:

- Ya nos conocemos, chocamos el otro en el mercadillo.

- ¡Tú! ¿Fuiste tú el desconsiderado que me golpeó?

- Solo fue un accidente, y no te golpeé, chocamos y me disculpé. Bueno, adiós, me voy a clase.

Sara no podía creerlo. Seamus ni le había mirado, ni le había dicho lo bonita que era, ni qué guapa iba ese día, ni… Vio desaparecer al muchacho entrando en una de las aulas, y no dejaba de pensar en que era la primera vez que alguien no se fijaba en ella.

Durante las siguientes semanas los dos coincidieron en varias ocasiones, en los pasillos del colegio, en las calles del pueblo, en la salida de la iglesia… Seamus siempre se comportaba cortésmente y la saludaba, de una forma que ella sabía significaba que se alegraba de verla, pero nunca le hizo un comentario acerca de su apariencia, a pesar de que Sara se esforzaba especialmente en estar bonita cuando pensaba que se verían.

Una tarde de principios de verano, caminando por el parque cercano a su casa, Sara vio a Seamus sentado en un banco. No sabía cómo, pero se había convertido en la única persona que podía distinguirle entre la multitud, diferenciándole enseguida del resto de la gente. El chico estaba sentado con la cabeza hacia atrás, disfrutando de los rayos de sol, con los brazos extendidos sobre el respaldo de madera, los ojos cerrados… Ella se sentó a su lado, intentando hacer el menor ruido posible: por una vez en su vida quería pasar desapercibida. Espiaba el perfil del muchacho, su respiración, cómo jugaba la luz con su pelo negro, el palpitar de su corazón en su cuello…

- Hola Sara, dijo él, asustándola de tan ensimismada que estaba.

- ¿Como sabes que soy yo?, preguntó, agradeciendo que el chico no hubiera abierto los ojos y descubierto su sonrojo.

- Tienes un perfume especial, lo sentí en cuanto te sentaste a mi lado.

- Seamus, ¿crees que soy guapa? se sorprendió preguntando, e inmediatamente deseó no haberlo hecho.

El joven abrió los ojos, mirando directamente hacia el verde claro de los suyos. Eres la mujer más hermosa que conozco, dijo con un tono tranquilo, pero que no dejaba lugar a dudas sobre sus sentimientos.

- Entonces, por qué nunca me dices nada como los otros, por qué no me piropeas como el resto de los chicos.

- Porque no soy como los demás, ellos sólo ven tu exterior y yo quiero conocer a la persona que está más allá de esa apariencia, lo he querido siempre.

Sara sentía que su rostro estaba al rojo, percibiendo como toda la sangre de su cuerpo se agolpaba en su cara mientras escuchaba esas palabras. Desvió la mirada para evitar que Seamus se diera cuenta, mientras intentaba pensar algo para responder a ese chico, sin éxito.

Seamus se volvió hacia ella, tranquilo, moviendo una pierna encima de la otra para estar más cómodo y cercano a ella, y con un movimiento confiado y sereno la tomó de la mano.

- ¿Quieres pasear?, aún tenemos un buen rato de luz

- Sí, quiero.

Sara no podía creer que esas palabras se hubieran escapado de sus labios, pero se levantó y, aún de la mano de Seamus, comenzó a caminar por la vereda, camino a un futuro que por primera vez le era desconocido, pero prometedor.


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