jueves, febrero 23, 2012

Day one

Ya llevaba varios días en el hospital. Las interminables pruebas no habían dejado lugar a dudas, y la fatídica palabra se había pronunciado en voz alta. Yo no estuve en ese momento. Mi relación con ella no era lo suficientemente cercana como para asistir a los conclaves con los médicos, ni tan lejana como para no visitarla a menudo. Todavía recuerdo a menudo su rostro, su ritmo nervioso de caminar, tan característico y que siempre avisaba de su llegada a nuestro despacho desde lejos, repiqueteando a través del pasillo en las largas horas de la tarde, su vicio de comerse las uñas (“¡no puedo evitarlo!” decía)…

Aquella tarde todo esto estaba muy fresco en mi memoria. Fueron tantos años de convivir día a día, de confidencias, de malos ratos, de trabajos duros, de risas…, que en aquel momento, ya un poco distanciados, nos hablábamos como si no hubiera pasado nada.

Yo acudí a su habitación al salir de la oficina, después de un día un poco más tranquilo de lo normal, no recuerdo si con unas flores o unos bombones, tal vez con las manos vacías, llevando solo mi voz y mi presencia. Los pocos chismorreos que llevaba nos dieron para los primeros minutos, ella sentada en su cama, con el camisón hospitalario, su piel morena como siempre, su risa siempre dispuesta…

Esa tarde hablamos de muchas cosas, pero sólo recuerdo su expresión y su miedo cuando me preguntó “¿me voy a morir, Teo?”, y yo, inocente entonces, le dije que no, que saldría de esta, que volveríamos a trabajar hasta las tantas, riéndonos de lo que pasara… Me despedí con un beso y una caricia, deseando dejar más de mí para acompañarla en la noche.

Fue la última vez que me vio. Yo fui a visitarla otra vez, pocos días después. Ya no estaba consciente. Estaba sedada para evitarle el dolor, las enfermeras la mantenían con poca ropa para poder atenderla mejor, parecía tranquila…

Murió una tarde de verano, mientras yo estaba en otro país, lejos. A mi vuelta entre los amigos organizamos un pequeño recordatorio, estuve en contacto con su viudo y su hija (¡qué grande estará ya!), pero cuando crucé la mar dejé de saber de ellos, como de tanta otra gente que fue cercana.

El cáncer me visitó tiempo después, en el cuerpo de una persona muy querida, y tampoco me dejó despedirme de ella, aunque sé que aún está conmigo. Solo pido no volver a encontrármelo nunca más... 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quien ha vivido de cerca esa enfermedad puede entender esas palabras.