Me acuesto y la noche alarga sus horas. Los
minutos se hacen eternos mientras mi cama se hace más grande cada vez,
aumentando mi soledad. Cierro los ojos e imagino mundos en los que podría ser
feliz, a sabiendas de que se trata de un placebo que utilizo para que mi mente
desvaríe y no se centre en tu pensamiento. Por eras paseo por esos mundos,
me obligo a recorrer infinitos, a que mi cerebro se canse para poder descansar,
en vano.
Durante esas pocas horas he recorrido cada
noche miles de planetas, volado a través de los espacios sin sonido y navegado
por los mares más tormentosos, he vivido en casas bajo las olas y he sentido el
aire al atravesar nubes con mi cuerpo desnudo, he viajado a miles de lugares de
mi memoria y a otros tantos que nunca he conocido y en los que sin embargo me
encuentro como en mi casa…
Despierto en la mañana al sentir la presión de
la luz sobre mis ojos. Mi gato me espera, sabe que he de darle de comer, que
empieza la rutina de un nuevo día, que tu imagen vuelve a ocupar mi cabeza y mi
ser. Siento las sabanas vacías, el lugar en el que deberías estar tú, mi ancla,
mi libertad, mi prisión, mi cielo azul…
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