martes, octubre 26, 2010

Tierna mirada

La aparición del hombre en la casa para visitar a la convaleciente fue la noticia más comentada en el pueblo durante muchas semanas, aliviando así la desidia invernal de muchas casas. Se presentó un día, después de que el revuelo inicial se hubiese desvanecido y la pareja de la Guardia Civil hubiera cruzado al otro valle, en la puerta de la casa, con un pequeño ramo de flores y el viejo sombrero en la mano, solicitando ver a la enferma.

Fue bien recibido. Había tenido tiempo de charlar con el cabeza de familia después del incidente, y conocía muchos de los detalles de la trágica historia de Lumia. Sin que nadie lo supiera, sin ruido, había viajado a la capital, donde mantuvo reuniones con viejos amigos, y pidió la devolución de ciertos favores, con lo que había logrado llenar las lagunas de su historia, huecos incluso desconocidos para la familia.

Aquella mañana hacía sol, y Lumia se encontraba en el dormitorio del primer piso, recibiendo la luz con los ojos cerrados. En un principio temió que estuviera dormida, pero la muchacha abrió enseguida los ojos al notar el aroma de las flores, que la abuela ya llevaba en un pequeño jarrón con agua. Sonrió al verlo, entre tímida y desconcertada, en su mente aún fresco el recuerdo de aquella mano que salía de la oscuridad y la llevaba a la luz. Le vio cuando despertó en casa del doctor, sentado en una vieja silla de mimbre, las manos entrelazadas bajo la barbilla y mirándola con detenimiento. Tal vez fueran los calmantes que le había suministrado el médico, pero no se asustó, y le devolvió la mirada durante unos segundos, antes de volver a quedarse dormida.

La abuela trajo una silla, y el hombre se sentó, agradecido. Lumia seguía mirándole, curiosa, como sólo puede ser una niña en vías de convertirse en mujer, mientras él intercambiaba unas frases de cortesía con sus abuelos. Su traje gastado pero pulcro, una camisa limpia pero que había visto mejores galas, y sus modales toscos aunque amables, le marcaban como uno más a los ojos de Lumia, un campesino o un aparcero de sus abuelos. Sin embargo, la franqueza con que su abuelo lo trataba la hacía dudar. Y al mirarlo recordaba aquella noche, sus miedos, la caída, el terror... la mano que la rescató de aquello, y los ojos llenos de lágrimas que la recibieron.

1 comentario:

Candas dijo...

Chapeau y requetechapeau Monsieur!!!!