sábado, octubre 09, 2010

Lluvia de ayer

Ella era hermosa, más hermosa de lo que había llegado a soñar en su adolescencia. Siempre recordaría ese primer beso, en los andenes, esperando el tren que los llevaría de vuelta a sus casas y los separaría por unas horas. Siguieron caminatas, días de cine en los que lo que menos importaba era la película, paseos por el parque, agarrados de la mano, salidas al monte, torpes caricias en la oscuridad de las calles cerca de su casa...No fue consciente de lo que había perdido hasta que no pasaron varios años, y logró llorar su separación.

Tras ella llegaron otras mujeres, pero la vida le pasó por encima mientras se hundía más y más en sí mismo. Ya no recordaba qué fue de aquella muchacha de rostro infantil y risa limpia, de aquella otra de ojos tristes llenos de la añoranza por su país, de la que le enseñó que también podía llorar, de la que recibió su dinero por un rato de amor... Cuando quiso darse cuenta, las penas tintaban de blanco su pelo y el silencio se había hecho su inseparable compañero.

Se había acostumbrado al aislamiento, y cuando sus padres murieron y heredó la vieja casa solariega, estaba preparado para volver a aquellos lugares que vieron su infancia. Varias horas de viaje en autobús, sin más equipaje que una vieja mochila con algunos libros y algo de ropa, le llevaron frente al portal de la casa; estuvo varias horas observando el lugar, recordando los detalles, sonidos, olores, el gusto de cada habitación. Poco había cambiado, y poco cambió él, solo eliminó la presencia de dioses en los que había dejado de creer muchos años atrás. Se instaló en una confortable rutina monástica, en una isla donde no recibía más visitas que la de los pocos afectos lejanos, o viejos amigos largo tiempo muertos pero que todavía le confortaban en las noches invernales.

No visitó a nadie, y nadie le visitaba. Las gentes del lugar acabaron aceptando su silenciosa presencia dentro del paisaje local, como uno más de los fantasmas con los que las abuelas asustaban a los niños.

Y pasaron los años.

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