domingo, diciembre 05, 2010

Bel canto

La escena se repitió durante gran parte de su niñez. Su padre, de regreso de una de sus muchas reuniones de trabajo, había llegado a la casa de forma repentina, inesperadamente. Su madre estaba estudiando el diálogo de su próximo papel, mientras Lumia permanecía en su cuarto, envuelta en su mundo de fantasía: una princesa de cuento, rodeada de sus caballeros y pajes, de amor y cariño, hermosa y feliz.

No recordaba cuándo se percató de las voces y los gritos. Las peleas entre sus padres eran tan corrientes e hirientes, que Lumia procuraba no darse cuenta de las mismas: sus padres, cuando ella no estaba presente, no se refrenaban en absoluto, y muchas veces las palabras de desprecio eran seguidas por el ruido de los destrozos, y, en ocasiones, de los golpes.

La niña no lograba entender qué pasaba de malo en su familia. Un padre exitoso y una madre bella y famosa, que eran la envidia de sus amigas del colegio, pero que por alguna razón no se soportaban en la intimidad. Con el correr de los años, y las muchas discusiones, había logrado entender que sus padres estaban juntos solo por conveniencia, solo por evitar rumores de la sociedad, que los veía como una pareja feliz mientras en la realidad cada uno hacia su vida por separado.

Años más tarde, cuando tuvo edad y fuerza suficiente para hurgar en la vida de sus padres, descubrió los muchos amoríos de ambos: secretarías, bailarinas, compañeros de reparto, directores… Todos una forma de buscar el amor y cariño que no encontraban el uno en el otro, mientras su hija iba creciendo demasiado lentamente para ellos.

Aquella noche fue distinta. Su padre había llegado bastante más bebido que de costumbre, y su madre estaba furiosa porque el guión se le estaba atragantando. Así que la tormenta de reproches e insultos estalló casi instantáneamente, subiendo de tono y fuerza, logrando sacara Lumia de sus ensoñaciones. La muchacha escuchó por un momento, mientras las hirientes palabras le llegaban desde el salón en el piso inferior. Una rabia que no había sentido nunca antes se apoderó de ella, mientras intentaba acallar los gritos con la almohada; las lágrimas surcaban su rostro mientras pedía que se callaran, primero en susurros y luego con toda la potencia de su garganta.

El silencio la asustó más que la discusión, su casa nunca estaba tan callada. ¿Mama? ¿Papa? La falta de respuesta hizo su miedo mayor. Salió de la habitación y bajo hacia el salón. Una bombilla parpadeante daba un poco de luz desde una lámpara caída. La habitación estaba en desorden, con sillas y cuadros por el suelo, vasos rotos y fotografías destrozadas. ¿Mama? ¿Papa? volvió a repetir, ahora ya asustada.

Tropezó con los cuerpos, y cayó sobre su madre, Tenía una expresión como de sorpresa, mirando hacia el techo, y una mancha de… Se levantó aterrorizada, la palma roja con la sangre de sus padres, que yacían a sus pies. Iba a salir gritando cuando unas fuertes manos la agarraron y la taparon la boca, impidiéndola respirar. Forcejeando histéricamente con su opresor, no escuchó sirenas lejanas mientras perdía el conocimiento.
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La policía había llegado apenas unos minutos después de que los vecinos les alertaran, cansados ya de las broncas y discusiones, y eso salvó a Lumia. El inspector, amigo de juventud del hombre, y que le había ayudado a rellenar los vacíos de la historia, le contó también de las conexiones mafiosas del padre de Lumia, de sus deudas de juego, y del móvil del crimen; una advertencia para otros deudores. “La muchacha no era más que un extra, por eso la dejaron vivir” le dijo, mientras le daba la mano al despedirse.

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