martes, junio 28, 2011

Prisionero de tus labios

Ella era una nuchacha bonita, de andares elegantes y manos finas, con el pelo siempre recogido en un moño, vestida de negro casi siempre. Él un mozo alto y espigado, con la camisa nueva de los domingos bajo la usada chaqueta de pana, apenas un hombre entre tantos otros quintos del año. Se habían visto otras veces: en misa, en la procesión del Amor Hermoso, en la plaza durante los bailes de Carnaval, en la romería a la ermita de San Andrés, pero nunca habían estado solos más de unos minutos. Habían hablado, reído y callado con otros primos y primas, con otros parientes de su edad en ese pequeño pueblo gallego en el que habían nacido, frente al mar y el monte, durante toda su infancia y adolescencia.

Nadie supo cómo había ocurrido, pero en unas pocas semanas Antonia y Manuel eran novios. Ahora paseaban juntos por el camino a la ermita, mientras las madres iban detrás hablando de sus cosas; se les podía ver sentados muy juntos en la iglesia, ella en uno de los últimos bancos de las mujeres, él de pie en las primeras filas de los hombres. En alguna ocasión las viejas beatas les habían pillado mirándose durante el santo sacramento…

Por eso sorprendió tanto en el pueblo lo que pasó. Las habladurías se dispararon, todos tenían una teoría, pero ninguna de las dos familias habló, nadie comentó nada. De la noche a la mañana la pareja de novios desapareció del pueblo y no volvió a ser vista. Unos decían que se habían fugado a La Coruña porque el padre de ella se oponía a la boda; otros que les habían visto en uno de los vapores que partían hacia Argentina, ella ya con un embarazo notable… A los pocos meses murió la madre de Antonia, que no se había quitado el luto en los últimos quince años, y poco más tarde el padre de la muchacha. Sus hermanos no volvieron a mencionar su nombre nunca más, y sus hijos y nietos nunca supieron de ella.

La familia de Manuel tampoco dijo nunca nada sobre el suceso. El padre había muerto en la guerra, años atrás, y la madre vivía en un pequeño caseríoo a las afueras del pueblo, con poco contacto con el resto del pueblo, y los demás familiares no comentaron la partida de los dos jóvenes con nadie durante mucho tiempo. Más tarde, ya cuando las estaciones habían pasado sobre el pueblo varias veces, llegó un pequeño paquete al caserío, con una fotografía de un niño regordete y sonriente, con su vestido de domingo, subido encima de un caballo de madera a la puerta de una iglesia. No tenía remite, no tenía ninguna carta; solo había un nombre escrito con letra infantil en el reverso de la fotografía. Al invierno siguiente murió la madre de Manuel, y sus hijos la enterraron con la fotografía entre las manos, junto con un viejo rosario de nogal que le había regalado su marido al casarse.

1 comentario:

Candas dijo...

Creo que conozco esa Ermita:

"el Santo, algo envidioso de la afluencia de peregrinos a Santiago, permanecía triste y apagado. Un día recibió la visita del mismísimo Señor en compañía de San Pedro. Como quiera que el Santo formulara sus quejas a tan insignes autoridades el Todopoderoso le prometió que a su santuario acudirían en romería todos los mortales y, quien no lo hiciera de vivo, vendría a verle de muerto: 'A San Andrés de Teixido, vai de morto que non foi de vivo'..."