sábado, agosto 20, 2011

En las noches vacías en que regreso

Llegamos al laboratorio de la cuarta planta a la hora prevista, en parejas o de uno en uno, algunos viniendo directamente de la biblioteca, donde repasaron las lecciones aprendidas en la mañana, mientras que otros veníamos de la cafetería, en la que habíamos pasado las horas muertas anteriores jugando al mus. Varios ya veníamos vestidos con nuestra bata blanca, nuestro símbolo de científicos en ciernes, de jóvenes investigadores. En aquel entonces yo vivía en un pueblo de la afueras, y tenía que tomar varios transportes para llegar a la facultad: autobús, tren, metro, luego caminar un par de kilómetros… No sé por qué siempre salía con la bata puesta desde casa, un manto blanco entre el montón de trabajadores que iban a la gran ciudad a ganarse el pan diario, y no faltó la ocasión en que me confundieron con un médico por ello, preguntándome por este o aquel síntoma…

Nuestra profesora era una destacada experta en su área, que, por razones que todavía desconozco, gustaba de dar clases prácticas a sus alumnos. El experimento del día iba a consistir en descomponer cerebro e hígado de rata en sus componentes bioquímicos, utilizando para ello centrifugadoras de alta velocidad, enzimas rompedoras, colorantes orgánicos para diferenciar los distintos componentes… Y por supuesto, una rata.

La facultad no tenía problemas para encontrar suministros de este tipo. Años más tarde me enteré de que había una ‘floreciente’ industria proveedora de roedores y anfibios para las prácticas de los estudiantes universitarios en toda la nación, y que incluso algunas universidades conservaban sus antiguos animalarios operativos, convencidos de que así ahorraban y obtenían un mejor producto.

La rata que nos tocó aquella tarde de otoño nada tenía que ver con las que yo estaba acostumbrado a ver en mi camino a la ciudad, las que merodeaban por los basureros ilegales que rodeaban mi pueblo. Era un hermoso ejemplar de rata de laboratorio, de un blanco purísimo, limpia y con unos bonitos ojos rojos que parecían dos gotas de sangre sobre su cráneo. Tenía un buen tamaño, muy diferente de los ratoncillos que estábamos acostumbrados a usar en otras prácticas, y una larga y poderosa cola.

Nuestra profesora pensaba aprovechar la clase para darnos unas pequeñas nociones de fisiología, es decir, quería que diseccionáramos in vivo al pobre animal. En aquel entonces yo formaba pareja con Gema, una menuda morena de la que estaba secretamente enamorado, y con la que intentaba competir en notas a la vez que pasar el máximo tiempo posible a su lado. Por azares de apellido, ese día íbamos a hacer la práctica con Antonio y Clara; eran compañeros de curso, y ya habíamos coincidido en otras sesiones, por lo que nuestro grupo era uno de los más avenidos y que mejor humor tenía.

Todas las instrucciones estaban ya impresas en nuestros cuadernos de laboratorio, material que habíamos tenido que comprar al inicio del curso, y con el que se financiaba el departamento, según nos enteramos algún tiempo después. Lo primero que había que hacer, evidentemente, era sujetar y anestesiar al sujeto. Para ello nos habían provisto de agujas, cloroformo y algodón. La idea del experimento era mantener con vida pero anestesiado al roedor, mientras realizábamos nuestro trabajo.

La primera discusión fue, como es normal, quién operaría y quién sería el anestesista. Por unanimidad, Antonio y yo fuimos nombrados cirujanos, mientras Gema y Clara se encargarían de mantener el algodón convenientemente empapado de éter para conservar viva a la rata. Antonio y yo procedimos a sacar al animal de su jaula y colocarlo sobre la mesa de trabajo, un tablero de corcho de regulares dimensiones, mientras las chicas preparaban el algodón sobre el tubo que usaríamos para acercarlo al morro del bicho. Una vez lo tuvieron listo se lo pusimos a la rata y esperamos unos instantes mientras se calmaba, antes de empezar con la primera parte del trabajo: sujetarla al tablero de corcho.

Pusimos al animal de espaldas sobre el corcho, mientras Gema iba acercando de vez en cuando el cloroformo para que respirase más anestesia, y la estiramos de manera que luego pudiéramos trabajar cómodamente. Usamos las agujas para engancharla al soporte por manos y pies, operación que íbamos realizando mientras conversábamos alegremente, burlándonos de los escrúpulos de las chicas.

Habíamos decidido que Antonio haría la primera incisión con el bisturí, en el vientre, abriendo un corte que nos permitiera acceder a los órganos internos y seguir con la práctica. Clara no estaba muy conforme con el procedimiento, y estaba manifestando sus reparos, con lo que no andaba muy atenta a renovar la anestesia. Tal vez por eso pasó lo que pasó…

En un instante, cuando Antonio estaba acercando el escalpelo a la rata, esta se movió, primero un poco, y luego, con un fuerte golpe de manos y pies y una voltereta en el aire, el animal se liberó de sus agujas y aterrizó de pie sobre la mesa de disección, con el consiguiente susto y grito de nuestras compañeras.

Lo que siguió lo recuerdo como a cámara lenta, aunque soy consciente de que pasó todo muy rápido. Antonio, que se había sobresaltado por el súbito movimiento del roedor y había reculado un poco, dejó rápidamente el bisturí encima de la mesa, y con una mano rápida y certera agarró de la cola al animal, que ya empezaba a corretear por encima de la mesa del laboratorio, causando el pánico y gritos entre nuestros compañeros, asustados de que un supuesto “cadáver” caminara entre sus libros y apuntes. Antonio la cogió de la cola, y con un movimiento circular de su brazo, semejante a un molinete, la hizo coger velocidad en el aire antes de estamparla contra el canto de la mesa, lo que la provocó la muerte inmediata por lesión craneal grave…

Ni qué decir tiene que nuestro grupo no hizo una vivisección, aunque eso no fue obstáculo para que aprendiéramos un montón de cosas esa tarde: Antonio se llevó la piel de la rata para curtirla, Clara perdió su aprensión a las disecciones y se lo pasó en grande estirando intestinos para ver su longitud y… bueno, Gema y yo estuvimos juntos durante tres horas esa tarde, posiblemente el mejor resultado para mí.

1 comentario:

Candas dijo...

Desayunando! (###%&&¬¡¡¡@@###!!!!)