domingo, agosto 07, 2011

Para que nunca falten ganas de soñar

Despertó con un terrible dolor de cabeza. Su primer pensamiento fue intentar averiguar dónde estaba. No recordaba nada de la noche anterior, desde aquel momento en el baño con la rubia del top rojo, después de tomar otro par de rayas de coca. Intentó abrir los ojos, y la luz de un halógeno justo encima suyo le penetró por las órbitas como un cuchillo ardiendo que se clavase en su cerebro.

Dios, mataría por un paracetamol, o por otro par de rayas…

Estaba tumbado en un banco del metro, en una estación que desconocía. La noche tuvo que ser apoteósica para no recordar nada de ella, pensó con una sonrisa. Había salido con los amigos, como siempre, a celebrar no sabía qué. No importaba, era una excusa para los excesos, para el alcohol, drogas, velocidad… y chicas. Volvió a sonreír al recordar a la rubia, y al hacerlo un rictus de dolor se le marcó en el rostro, cuando su cerebro se contrajo dentro de su cráneo.

Dónde coño estoy…

No reconocía la estación de metro. Debía ser tarde, porque no había nadie en los andenes, ni siquiera los de seguridad. Y ya llevaba un buen rato despierto sin que hubiera pasado un tren. Debía ser muy tarde. Intentó sentarse, agarrándose la cabeza como si fuera a partirse en dos. Permaneció unos minutos en esa postura, hasta que las pulsaciones de su cerebro se ralentizaron. Tenía mucha sed.

Joder, qué noche…

Miró su reloj. No eran las diez de la noche todavía. A esas horas los andenes del metro debían estar llenos de gente, era hora punta, especialmente un domingo. Porque era domingo, ¿verdad? La cabeza le dolía mucho y necesitaba un trago. Encendió un cigarrillo y la nicotina en sus pulmones le ayudó a despejarse. Miró a ambos lados del andén, no había ninguna máquina expendedora, así que se levantó y con pasos dificultosos se dirigió a la salida más próxima.

Dónde se habrá metido la gente...

Caminó por pasillos solitarios, siguiendo las indicaciones que mostraban la dirección hacia la salida. El aspecto de los corredores del metro era fantasmal, con sus luces de neón titilando, vacios de peatones. Sus pasos resonaban en el silencio. No había escuchado ningún otro sonido desde que despertó. Unas escaleras mecánicas vacías le condujeron a la superficie, saliendo a la noche.

La leche…

Durante los últimos minutos le había venido a la cabeza el recuerdo de una película, en la que el protagonista se despertaba en un mundo vacío y solitario, como el último hombre en el planeta. Y no le había gustado imaginarse en la misma situación. Ahora, cuando al subir por las escaleras de la boca de metro salió a un rincón de la ciudad que no conocía, esas imágenes lo volvieron a golpear con fuerza.

Estaba en una acera en una gran avenida, con naranjos a ambos lados de la calle y tiendas cerradas y bien iluminadas. No había nadie a la vista. Ni un coche, ni un peatón, ni un grupo de jóvenes haciendo botellón, ni un autobús haciendo el recorrido habitual, ni un perro callejero buscando comida... Hasta dónde él sabía, toda la ciudad podía estar completamente vacía. Empezó a caminar con aprensión, mirando a todos lados, sintiendo cómo le invadía el miedo. Los semáforos cambiaban de color para coches invisibles, algún papel volaba haciendo piruetas en el frescor de la noche. De vez en cuando se asomaba por alguna calle lateral, para encontrar más de lo mismo: nada.

Comenzó a correr, su corazón desbocado, buscando alguna señal de vida. Estaba asustado. Su resaca había desaparecido por efecto de la adrenalina que le inundaba las venas. Llegó a una pequeña plaza donde confluían varias vías principales. El miedo le hacía mirar a todas partes, deseando y temiendo encontrar algún movimiento, las imágenes de los muertos vivientes de la película cada vez más presentes, más vividas en su mente…

De pronto, un sonido, no, un rugido que saliera del mayor monstruo conocido, estalló en sus oídos, haciendo que el corazón se le saliese del pecho.

¡¡¡¡GOOOOL!!!! ¡¡¡Iniesta, Iniesta, Iniesta!!! ¡¡¡¡¡GOOOOOOOOOOOOL!!!!

1 comentario:

Candas dijo...

Qué susto!!