Actuó sin pensar. Caminaba de camino a su
casa, dejando que sus sentidos absorbieran la información del entorno que luego
su cerebro se encargaría de procesar durante el intranquilo sueño, cuando la
vio unos metros por delante. La conocía. Era una de las mujeres que vivían en
la casa que estaba a unos metros de la suya, alguna vez se habían cruzado por
la calle y él había devuelto el educado saludo que ella había regalado. En ese
momento iba cargada con la compra, regresando sin duda del mercadillo dominical,
con la fruta, verdura y demás vituallas.
Al llegar a su altura se ofreció a ayudarla
con las bolsas. Ella se sorprendió, era evidente que no le había oído
acercarse, pero al reconocer su cara, tras unos segundos de incertidumbre, se
relajó y le agradeció el gesto con una sonrisa. Él no había esperado a su
confirmación formal y ya se había agachado para tomar de sus manos las bolsas
que parecían más pesadas, dejando que ella suspirase aliviada. Con su carga en
las manos echaron a andar hacia la casa, mientras un incómodo silencio se
establecía entre ellos.
El hombre no era de los que hablaban. Durante
años había tenido que hacerlo, comunicarse con gente que no le interesaba en
absoluto, mentir para poder medrar en ese mundo cruel que es la vida para
aquellos que no saben (o no pueden) verla de otra forma. Gracias a un golpe de
suerte había podido comprar la casa en la que ahora vivía, se había alejado de
todo lo que conocía y había querido empezar de cero en ese pequeño pueblo del
interior.
Ella era una mujer menuda, con el pelo corto
recogido con prendedores oscuros, apenas una nota de color en su vestimenta.
Las pocas veces que se habían cruzado con anterioridad ella le había saludado
cortésmente, al pasar rápidamente a su lado. Él se había fijado en que siempre
caminaba deprisa, como si llegará tarde a todas partes. Era una mujer joven, aunque
el tiempo ya había comenzado a cincelar su rostro, ocultando las señales de la
pena y el dolor.
Caminaron durante un rato, hasta llegar a la
puerta de ella. No habían intercambiado ni una sola palabra. En el umbral le
pasó las bolsas y ella le volvió a dar las gracias, con una sonrisa que le
sorprendió por lo sincera. Farfullando un “de nada”, se retiró unos pasos y
volvió a su camino hacia el hogar, con el corazón un poco más liviano y menos
sombras en su alma.
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