Una vez en la plataforma deje la pistola sobre
una soleada zona de piedra, mientras me secaba el sudor de la frente e
intentaba que la sombra del viejo chaparro me liberara un poco del terrible
calor que hacía esa tarde. El arma era un revolver personalizado con cachas
metálicas que había pertenecido a mi padre, y que había estado limpiando la
semana anterior. La vega estaba preciosa, con los tonos verdes de principio del
verano predominando en sus huertos y sembrados. Dejé mi vista vagar sobre el
paisaje, mientras me quitaba la camisa y notaba como la brisa refrescaba mi
empapada espalda. Los recuerdos comenzaron a agolparse en mi mente: el
accidente, la vergüenza, la pérdida de los amigos, del futuro...
Me enjuagué las lágrimas con la manga de la
camisa. Ya había llorado demasiado, la decisión estaba tomada. Busqué en mi
chaqueta el paquete de tabaco que había comprado antes de iniciar el ascenso, y
encendí el primer cigarrillo con el viejo mechero de yesca de mi abuelo que encontré
en el desván. Mientras pensaba en todo lo que iba a abandonar, aspiré el humo
del cigarro, dejando que... El acceso de tos que me dio seguramente se escuchó
en todo el valle, me ardían los pulmones, en cada espasmo parecía que iba a dejarme
los bronquios sobre los helechos que alfombraban el suelo...
Tardé varios minutos en serenarme y lograr que
el aire volviera a entrar en mis torturados pulmones. El tabaco me había dejado
un mal sabor de boca que decidí contrarrestar con alguna de las hierbas
aromáticas que crecían bajo la sombra de las rocas, sacando su humedad del
rocío vespertino. Encontré unas matas de salvia, con las que limpié un poco mi
paladar antes de volver a mi sitial. El sol se acercaba a la linde de las colinas, y creí
llegado el momento. Sabía que no debía demorarlo más, si realmente quería
cumplir con mi propósito.
Ya no me retuve. Las lágrimas afloraron de
nuevo a mis ojos, mientras a tientas buscaba la pistola para terminar mis
sufrimientos con ella. Mis dedos encontraron el cañón, y en un último momento
de cobardía cerré los ojos mientras mi mano la levantaba y me apuntaba a la
sien... La solté inmediatamente, los dedos ardiendo con la quemazón, la culata
debía estar a doscientos grados después de toda la tarde al sol. El arma cayó
de tal forma que el percutor chocó contra un saliente de la roca, haciendo que
se disparase y la bala pasó rozando mi cráneo, no sin dejar un surco doloroso
en mi frente. El susto, el dolor de la quemadura, mi mala postura, todo ello
hizo que resbalara de la roca en la estaba sentado y aterrizara sobre un montón
de hierbajos que al menos me recibieron cuando perdí el conocimiento....
Desperté a las pocas horas, con la cabeza
retumbando, un hilillo de sangre seca sobre mis cejas, la palma de la mano
dolorida y muy sensible... Me levante penosamente, intentando no apoyar la mano
quemada, y con una tremenda picazón en la espalda. A la luz de la luna pude ver
que lo que yo había considerado hierbajos eran en realidad frondosas ortigas...
En ese momento decidí regresar a casa, mis ganas de suicidarme habían desaparecido
por completo. Doliente, rascándome la espalda con una mano, con el anuncio gorgoteante de
una descomposición intestinal producto de la supuesta salvia, emprendí el
camino de vuelta, con renovadas ganas de vivir. Espero que el perro me deje
entrar...
2 comentarios:
Cuando un amor se va nos deja tristes, desorientados y llenos de ansiedad. Deja una espera que solo llena la soledad.
Gracias por compartir tus relatos.
Gracias a ti por leerlos
Publicar un comentario