Por esta vereda llegaremos en un par de horas
al molino de Salvadurillo, una robusta construcción centenaria sobre el arroyo
del mismo nombre. El molinero, un hombre mayor, siempre se mostrará amable con
el caminante y le volverá a poner en la senda correcta, no sin antes haberle
invitado a un vaso de vino y un rato de conversación amistosa.
Si el viajero es dado a las soledades, dispone
de tiempo y no le arredran los parajes montanos, puede continuar más allá del
molino, siguiendo un sendero que poco a poco se convierte en una pista angosta
y cubierta de arbustos, apenas una trocha marcada por el paso de los animales
del monte, que se interna en las primeras estribaciones de la sierra de la
Culebra.
Tras unas horas de camino entre quejigos y algunos
tejos desperdigados, llegaremos a un viejo puente románico, olvidado de todas
las guías pero aún fuerte y recio, que nos ayudará a cruzar el Salvadurillo,
que en este tramo viene crecido por la afluencia de otros regatos con la
naciente en la cercana sierra. Desde el puente, mirando hacia el sol poniente,
distinguirá el peregrino una cruz entre la maleza, resto de lo que fue un humilladero,
ahora cubierto de zarzas y ortigas, que señala el cruce con otra vía, que ahora
apenas se adivina. Tiene esta cruz un relieve apenas visible, pero que muestra
un hombre alado con lo que parecen ser cuernos en la frente…
Si, intrigados y con deseo de resolver el
misterio, nos adentramos entre helechos y espinos, al cabo de media legua hallaremos
las ruinas de un antiguo convento, en el interior de un pequeño claro rodeado
de pinos y robles, y marcado por un inmenso ciprés en un lateral de la entrada
a la iglesia conventual. Es el antiguo convento de las Hermanas de Santo Ángel,
que antaño perteneciera al obispado de Tallero y cuyos terrenos, con la
desamortización, pasaron a manos de los duques de Paldós hasta la desaparición
del linaje y la revolución del 36.
Sus muros recuerdan la situación de
habitaciones, cocinas, una pequeña escuela junto a la hospedería, el
refectorio, las cocinas, que contaban con una alta chimenea de obra que aún
mira al cielo, un extenso jardín ahora reconquistado por las malas hierbas y el
bosque bajo… El viajero que, perdido ya su camino, haya llegado a estos lugares
encontrará estos muros cubiertos de hiedra y agujeros, los techos caídos o
derrumbados por las inclemencias del tiempo, algunos restos de ventanas en los
muros, la iglesia profanada y con restos de hogueras apagadas hace muchos años
y el interior del claustro lleno de malas hierbas y piedras.
En el terreno de alrededor se encuentran algunas
estatuas, ya convertidas en polvo o trozos por el tiempo, que el viajero
encontrara al menos curiosas para un lugar de reposo y espiritualidad.
Volviendo al molino, el caminante curioso
preguntará al buen molinero por esas ruinas, y el significado de la cruz. El
paisano, deseoso de conversación, seguramente le hablará de las Hermanas del
Santo Ángel y su historia. Si dispones de un momento, amable lector que hasta
aquí nos has seguido, te contaremos este curioso relato.