Partidos de fútbol en el recreo, aquellos
tercero contra cuarto, cuarenta chavales y una pelota en un descampado… El
primer baile agarrado, tieso y nervioso, sintiendo el olor de la chica y su
calor tan cerca, tan cerca… El mar cristalino y cálido, la sensación de que tu
cuerpo quiere subir hacia arriba, que quiere perder la verticalidad… La brisa
en lo alto del cerro, refrescando un sudor honrado, producto de una subida
hecha a fuerza de querer llegar, de ver desde arriba… Un bocata de calamares en
El Tres, con una caña de cerveza, pagado con el dinero que ganas tú… Asomarse
al mar en un acantilado, sentir el viento empujándote hacia tierra y las
gaviotas volar por debajo de ti… Un rato con los amigos, risas y comentarios,
ver, observar, disfrutar, sentirse parte de algo… Observar un rostro querido
mientras duerme y acariciar su piel, sabiendo que al despertar dirás “te quiero” y ella sonreirá…
Son buenos momentos, momentos que se atesoran
en la memoria. Cuando la memoria falla, entonces hay que hacerlos visibles en
otro lugar, para que no mueran, para que lo que sentí entonces no desaparezca…
Por eso escribo.
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