miércoles, mayo 01, 2013

Niña de piedra

Lo primero que llama la atención es la paz. Tus oídos acostumbrados a los ruidos de la naturaleza, sea campestre o urbana, enseguida clasifican esa tranquilidad como ausencia de ruido. Sin embargo, conforme se habitúan al nuevo entorno te das cuenta de que en realidad no hay tal silencio, que hay cantos, golpes, susurros, el sonido del espacio moviéndose….

La tempestad les había cogido por sorpresa. Habían salido a un tranquilo día de pesca y ni siquiera habían tomado la precaución de mirar las previsiones del tiempo. En esa época del año eran frecuentes las tormentas repentinas, el mar acumula tanta energía que de pronto inmensas torres de nubes comienzan a descargar agua y viento, rayos, tornados... Pequeñas embarcaciones como la suya apenas tienen alguna oportunidad.

Lo siguiente de lo que te das cuenta es la luz. No es cierto que este oscuro, que no haya luminosidad, que todo sea negro sobre negro. No. Al principio claro, como con el sonido, tus ojos no son capaces de distinguir nada, pero cuando te haces a la nueva situación puedes ver puntos de luz tan tenue, tan tenue, que primero piensas que son imaginaciones tuyas. Luego, aparecen más formaciones y trazos luminosos, hasta que te das cuenta de que hay muchas más estrellas que en el cielo…

Aunque Miguel era un avezado marino la furia de los elementos le pilló sin preparación. Cuando vio la lluvia espesa y la altura de las olas maldijo esas botellas de cerveza que se había tomado, inconsciente. Sus reflejos no eran los mejores, y a pesar de que la adrenalina llenaba sus venas, apenas pudo hacer algo más que poner los chalecos salvavidas a la pareja que le había arrendado el barco y llamar por radio antes de que el mar se le viniera encima…

Tampoco es cierto que estés solo. Ya cuando eres capaz de percibir luz y sonido esa sensación se pierde. Algo debe haber ahí que haga todo eso, piensas. Y mientras estás cavilando sobre ello sientes como eres observado por otros seres. Es esa vieja sensación que todos tenemos cuando alguien nos mira fijamente durante un rato, un erizar de cabellos, una intranquilidad, algo que nos avisa que tenemos compañía…

Apenas llevaban unos días casados. Se habían conocido en un concierto, gritando y saltando, y en semanas ya estaban viviendo juntos y planeando un futuro. Pocos meses más tarde él había reunido el valor suficiente para pedirle un compromiso que ella estaba deseando que le pidieran. Fue una boda sencilla, con todos los parientes comentando la buena pareja que hacían, como en todas las nupcias, y esos días en el pueblecito pesquero eran su luna de miel.

A Miguel el mar le devolvió a los tres días, envuelto en algas, pero de los otros dos pasajeros nunca más se supo. Con el tiempo pasaron a engrosar el listado de desaparecidos en el mar, y hasta sus parientes los olvidaron. Una pequeña cruz de granito en la base del acantilado los recuerda, un recuerdo ya desgastado también por las olas, una memoria siempre en lágrimas…

Es ella. La veo llegar hasta mí y pienso en lo hermosa que está, su cabello ondulando, esos ojos verdes que me llaman…

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