La tempestad les había cogido por sorpresa.
Habían salido a un tranquilo día de pesca y ni siquiera habían tomado la
precaución de mirar las previsiones del tiempo. En esa época del año eran
frecuentes las tormentas repentinas, el mar acumula tanta energía que de pronto
inmensas torres de nubes comienzan a descargar agua y viento, rayos, tornados...
Pequeñas embarcaciones como la suya apenas tienen alguna oportunidad.
Lo siguiente de lo que te das cuenta es la luz.
No es cierto que este oscuro, que no haya luminosidad, que todo sea negro sobre
negro. No. Al principio claro, como con el sonido, tus ojos no son capaces de
distinguir nada, pero cuando te haces a la nueva situación puedes ver puntos de
luz tan tenue, tan tenue, que primero piensas que son imaginaciones tuyas.
Luego, aparecen más formaciones y trazos luminosos, hasta que te das cuenta de
que hay muchas más estrellas que en el cielo…
Aunque Miguel era un avezado marino la furia
de los elementos le pilló sin preparación. Cuando vio la lluvia espesa y la
altura de las olas maldijo esas botellas de cerveza que se había tomado,
inconsciente. Sus reflejos no eran los mejores, y a pesar de que la adrenalina
llenaba sus venas, apenas pudo hacer algo más que poner los chalecos salvavidas
a la pareja que le había arrendado el barco y llamar por radio antes de que el
mar se le viniera encima…
Tampoco es cierto que estés solo. Ya cuando
eres capaz de percibir luz y sonido esa sensación se pierde. Algo debe haber
ahí que haga todo eso, piensas. Y mientras estás cavilando sobre ello sientes
como eres observado por otros seres. Es esa vieja sensación que todos tenemos
cuando alguien nos mira fijamente durante un rato, un erizar de cabellos, una
intranquilidad, algo que nos avisa que tenemos compañía…
Apenas llevaban unos días casados. Se habían
conocido en un concierto, gritando y saltando, y en semanas ya estaban viviendo
juntos y planeando un futuro. Pocos meses más tarde él había reunido el valor
suficiente para pedirle un compromiso que ella estaba deseando que le pidieran.
Fue una boda sencilla, con todos los parientes comentando la buena pareja que
hacían, como en todas las nupcias, y esos días en el pueblecito pesquero eran
su luna de miel.
A Miguel el mar le devolvió a los tres días,
envuelto en algas, pero de los otros dos pasajeros nunca más se supo. Con el
tiempo pasaron a engrosar el listado de desaparecidos en el mar, y hasta sus
parientes los olvidaron. Una pequeña cruz de granito en la base del acantilado
los recuerda, un recuerdo ya desgastado también por las olas, una memoria
siempre en lágrimas…
Es ella. La veo llegar hasta mí y pienso en lo
hermosa que está, su cabello ondulando, esos ojos verdes que me llaman…
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