Los polvorientos diarios habían aparecido al
limpiar el trastero, entre grandes cajas rellenas de ropas pasadas de moda pero
pulcramente dobladas y montones de revistas y papeles. Los había encontrado
Elsa, y todos los hermanos se habían acercado curiosos, pues ninguno conocía la
existencia de esos documentos, era una forma más en que podrían conocer al
viejo tío, siempre huraño y solitario, siempre vestido de negro y con un gato
en su regazo.
Decidieron leer conjuntamente los diarios en
las pausas que realizasen para descansar. Todos se habían tomado unos días
libres para ayudar en la tarea de sacar y clasificar los miles de objetos que
su tío atesoraba en la casa de campo, después de descubrir que la casa y todo
su contenido había sido legado a un fideicomiso en el que todos tenían
participación, a pesar de que ninguno de ellos había tenido mucho trato con el
anciano en los últimos años.
La casa estaba situada en lo alto de una
pequeña colina, con una magnifica vista sobre los viñedos que inundaban el
valle, protegida del viento por una hilera de olmos y con un manantial que nacía
apenas unos metros más abajo y del que se surtía la propiedad. En ella había
vivido su tío Giulio durante casi treinta años, desde que llegó al país para
‘descansar y tomar aliento’, según contaba él mismo cuando le preguntaban.
Hicieron un primer descanso a mediodía y de
los maleteros de los coches sacaron fiambre, vino, pan comprado en el pueblo
esa mañana, algunas manzanas… Mientras las chicas colocaban cubiertos y vasos
en la mesa de roble que miraba sobre las vides, Ramón y Lucas bajaron con unas
botellas a la fuente de piedra, para llenarlas con el agua fresca y pura que
surgía de ella. Una vez saciada un poco el hambre, y ‘para hacer algo de vida
monástica’ como ironizó Irene, comenzaron la lectura de los diarios, por un
tomo al azar…
“No soy una buena persona. La gente me dice
que sí, que soy amable, cariñoso, buen esposo y padre, pero yo no me considero
una buena persona. Tal vez me exijo demasiado. Encuentro que mi pecado
particular es el egoísmo…”
Durante un par de horas estuvieron leyendo
cómo su tío desgranaba los acontecimientos que le llevaron a separarse de su
mujer, las discusiones, la vergüenza, el miedo a la soledad y finalmente la
separación y su aceptación inevitable. Era una historia conocida por todos
ellos, pero los detalles íntimos que desvelaban los diarios les hacían sentirse
incómodos ante la sinceridad, por lo que todos agradecieron la sugerencia de
seguir clasificando enseres cuando uno de ellos la lanzó al aire.