miércoles, julio 03, 2013

Recuerdos de la existencia (y 2)

El sol se empezaba a arropar con las montañas lejanas cuando volvieron a la mesa, esta vez con algo de carne fría y refrescos para cenar. Con la luz menguante del atardecer siguieron la lectura, eligiendo esta vez otro cuaderno distinto al que habían leído en el almuerzo…

“¿Pero sabes lo que más duele? No es el perderlas, a eso al final te acostumbras, sino al abandono, personas para quienes llegaste a ser lo más importante del mundo ya no te dedican ni un momento de sus pensamientos. Pierdes contacto con ellas, no contestan tus fútiles intentos de regresar a la situación anterior.”

La lectura de los diarios les había enganchado. En ellos podían descubrir las verdaderas razones de la venida de su tío a este país, el porqué compró aquella casa y se dedico años a restaurarla casi sin ayuda de nadie, cuál fue la razón por la que nunca se volvió a casar, a pesar de los rumores que en el pueblo circularon durante mucho tiempo…

La imagen que de ese hombre se desprendía de los diarios poco tenía que ver con el hombre viejo y solitario que todos recordaban, el anciano misántropo que pocas veces aparecía por sus celebraciones, que casi nunca les enviaba regalos o felicitaciones de navidad, y al que sólo veían en antiguas fotografías de familia.

“El recuerdo, porque así quise llamarle muchos años, variaba según fuera la época en que lo rememoraba. Cambiaban los detalles, los personajes secundarios, los colores… pero el corazón de la memoria permanecía inmutable.”

Durante varios días continuaron con la misma rutina. Durante horas se dedicaban a la clasificación de objetos, valorando qué tendría sentido conservar para cada uno de ellos y qué vender. Ninguno quiso admitirlo, pero tras el primer día de lectura de las memorias del tío Giulio muchos de sus enseres aparecían ante sus ojos de una manera distinta: una vieja fotografía de una playa al atardecer se convertía en el recuerdo del último adiós con la única mujer que amó; una libreta negra con un montón de páginas garabateadas en el inicio de su afición a escribir, desconocida por todos, a pesar de que encontraron polvorientos volúmenes llenos de su prosa; viejas cartas atadas con un lazo negro, la correspondencia entre dos enamorados…

“La habitación estaba oscura, apenas había amanecido. Podía sentir su cuerpo a mi lado, acurrucada sobre el costado y dándome la espalda, tal vez soñando…”

La decisión fue unánime. Lo habían estado discutiendo durante mucho tiempo, una vez que uno de ellos se atrevió a decir en voz alta lo que todos estaban pensando ya. La casa había cambiado para ellos, tenía ahora un aura distinto, podían ver la mano de su querido tío en sus rincones, en el detalle con que se alineaban frascos llenos de arenas de colores, en esas fotografías en blanco y negro que no tenían tantos años como pretendían, en el olor a lirios que despedían los armarios… Todos y cada uno de esos detalles tenían ahora un significado, eran parte de la vida de un hombre que la vivió intensamente, incluso en soledad, y ninguno de ellos estaba dispuesto a que se perdiera. La señora María continuaría limpiando y manteniendo la casa, y ellos se comprometieron a pasar temporadas en esa casa, hasta que decidieran quién se iría a vivir allí, quién le haría compañía al tío en las frías noches de invierno cuando, cerca de la chimenea, acariciase a su gato inmortal…



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