miércoles, julio 31, 2013

Paseos a la luz del cristal

Niñas de faldas invisibles se retiran a sus casas, contentas, cantando, pidiendo a los camioneros madrugadores que compartan su felicidad, su alegría por salir de esta ciudad e iniciar una nueva vida a trescientos kilómetros, sin saber que volverán a enterrarse entre estas murallas. Una madre y su hijo, caminando de la mano por el puente, ambos mirando hacia el frente sin perder de vista el horizonte, los dos serios, como si la alegría quedara al otro lado y el agua fuera la frontera entre la triste realidad y el resto de la vida. El río, gris y quieto, acariciado sólo por el viento del oeste, rodeando las islas de terreno seco y amarillo hostigadas por el verde del nenúfar invasor, en una batalla que ocurre todos los veranos.  El olor a tierra húmeda, a hierba recién cortada, a pan caliente... olores que me llegan de todas partes y que me obligan a salir de mi sueño, a dejar mi mundo onirico de imposibles y hacer caso a mi cuerpo. Una niña desconocida, cuya sonrisa ilumina la calle entera y hace que mi corazón se libere de sus pesas durante un instante, dando sentido al día completo...

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