lunes, abril 04, 2011

Flying

Encontramos la isla después de varios días de navegación por mar abierto. Apareció entre neblinas, a poco de salir el sol, mientras el barco mantenía el rumbo nor-noroeste desde su salida de puerto. El capitán nos llamó enseguida, nuestro destino estaba a la vista. Nos miramos a los ojos, expectantes, ¡habíamos llegado!

En pocas horas arribamos a la isla y desembarcamos nuestras cosas: varios baúles con ropas, herramientas, alimentos. Ya habíamos estado antes, por lo que sabíamos que la isla nos proporcionaría agua, frutas y pescado durante todo el año, por lo que nuestras provisiones estaban mayormente enlatadas. El refugio que habíamos construido la última vez aún se mantenía en pie, aunque era evidente que necesitaba reparaciones urgentes.

Con un fuerte apretón de manos y un ¡Buena suerte! lleno de sinceridad, el capitán nos despidió esa misma noche, y al alba el barco ya no era visible en el horizonte. Estábamos solos. Como nosotros queríamos.

Esa noche apenas dormimos, preparando el refugio con las mínimas comodidades para poder estar en él: ahuyentamos a todas las criaturas que encontramos, desde arañas y murciélagos hasta una serpiente de manglar que encontramos en lo que sería nuestro dormitorio. Arreglamos el techo de la habitación principal, por si acaso el día llegaba con lluvia, e instalamos una nueva mosquitera en la cama, a la que pusimos relleno fresco y sábanas limpias. La noche estaba muy avanzada cuando por fin nos acostamos, los dos excitados por el sueño cumplido; incapaces de cerrar los ojos, estuvimos hablando hasta la salida del sol, cuando nos quedamos dormidos abrazados el uno al otro.

Los siguientes días fueron de un tremendo ajetreo en nuestra isla. Mientras ella desempacaba y organizaba el almacenamiento de nuestros víveres y pertrechos, yo me dediqué a cortar leña, preparar tablones, reparar puertas y ventanas, recomponer techos, remendar suelos, reformar las instalaciones de agua (teníamos una cañería de bambú que nos surtía de agua fresca desde un manantial cercano) y sanitarias (el nuevo pozo negro fue todo un reto)… A mediodía parábamos para comer algo y hacer recuento de nuestros progresos. Poco a poco el antiguo refugio se estaba volviendo habitable, y nosotros nos sentíamos cada vez más dichosos y felices.

La primera tormenta llegó a los pocos días, acompañada de improperios y autoreproches por mi parte, al comprobar el gran número de goteras que tenía el techo. Ella se rió. Me abrazó por detrás, mientras intentaba arreglar un poco el daño, y me besó en la nuca; al darme la vuelta, sorprendido, me acercó a ella y me dio un largo beso, mientras sus manos se enredaban en mi pelo húmedo. Démonos una ducha dijo entre risas, y los dos nos pusimos a perseguirnos bajo la lluvia, desnudos, hasta acabar en el suelo, uno encima del otro.

Al poco rato la lluvia dejó de caer, y enseguida el sol se abrió paso entre las nubes. Nos habíamos refugiado bajo un dosel de hojas de palmera, exhaustos después del amor, nuestros cuerpos aún enlazados. ¿Te gusta vivir aquí? le pregunté. Mirándome a los ojos me respondió No querría estar en otro sitio que no fuera contigo.

1 comentario:

Candas dijo...

Existe esa isla?...
...
...