jueves, abril 28, 2011

Qué andarás haciendo

Despertó a las cinco de la mañana, Silvia aún dormía, desnuda y abrazada a él. Con cuidado, tratando de no despertarla, se levantó y se vistió en silencio; una vez vestido, se acercó a ella y le dio un dulce beso en la frente, despidiéndose. No acostumbraba a quedarse a dormir en casas ajenas, le había explicado la noche antes, era un hábito que le costaba. Con la ciudad apenas despertando entró en el metro y se dirigió a su casa, observando en el trayecto a los noctámbulos y rezagados, chicos de extrarradio que iban a tomar el primer tren de vuelta a sus pueblos, después de una noche de juerga en la capital.

Después de una ducha y dormir un par de horas, se preparó para su visita semanal a casa de sus padres. Hacía ya algunos años que había dejado el nido, pero siempre que podía regresaba a pasar unas horas con ellos. No era solo para mantener el contacto, sino también para regresar a un estado de su vida que había perdido para siempre cuando se fue de casa. En el camino, llamó a Silvia, asegurándose de que estuviera bien, y no se hubiera enfadado por abandonar su casa tan sigilosamente; quedaron esa misma noche en el Trashoras, un local de moda en el centro al que hacía tiempo que quería ir.

Sus padres le estaban esperando, con el mismo ritual de siempre: su madre le dio dos besos, casi al mismo tiempo que se quejaba de su ropa, de su poco peso, de su aspecto desaliñado, mientras su padre le preguntaba por el trabajo, por sus novias, por su necesidad de dinero… Los dos sabían que él nunca les contaría nada que les preocupara, pero ambos intentaban sonsacar a su hijo menor en cada visita. Al poco rato llegó Víctor con las niñas. Víctor era su hermano mayor, un divorciado cuarentón con dos niñas de 7 y 10 años, a las que solo veía una vez al mes, y que en esa ocasión traía a comer con los abuelos. Sabía cuánto le costaba a su hermano ese paso, deseoso cómo estaba de estar con ellas todo el tiempo, y por eso las risas y chistes se adueñaron del salón de la casa hasta que la mesa estuvo puesta y se sentaron todos a comer.

Después de la comida, las niñas se quedaron dormidas. “Se despertaron muy temprano”, explicó Víctor, mientras las llevaba amorosamente a la cama matrimonial de sus padres. Su madre había preparado café, pero su hermano tenía ganas de hablar con él, por lo que le pidió que fueran a tomar café a un lugar cercano. “Cuidarme las niñas, ¿eh? Volvemos enseguida”

El café no era más que un viejo bar reconvertido, con mesas de hierro y mármol, donde ahora no había más que dos parejas, más interesadas en ver la tele que en su conversación. Hablaron largo rato, mientras tomaban un café y liaban unos cigarrillos. Tenían muy buena relación, a pesar de los años de diferencia, o quizás tal vez por eso. Víctor había estado a su lado cuando las cosas habían estado complicadas, y él le había pagado en la misma moneda cuando necesitó ayuda, en el proceso de divorcio y en los largos meses posteriores. En esa época acostumbraban a salir juntos, Víctor buscando el olvido en el alcohol y en los brazos de cualquiera, él intentando que no se perdiera en el proceso. Esas noches habían hablado mucho, más que en los 20 años anteriores; ver a su hermano derrotado y sin capacidad de respuesta había supuesto un duro golpe, acostumbrado como estaba a verle triunfando y siempre seguro. Habían seguido el camino de la recomposición juntos, y desde entonces Víctor y él estaban más unidos que nunca, y esa sensación, aunque menor, no se había perdido desde entonces.

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