viernes, abril 15, 2011

Irreconocible desde que te conocí

Comenzaron a besarse en los postres. La cena había transcurrido con normalidad hasta ese momento, con charlas y comentarios sobre cosas banales, los dos aún temerosos de poner los sentimientos encima de la mesa. Tal vez fueron las dos copas de vino, o el perfume de ella, pero cuando retiraban el servicio del plato principal y ya habían ordenado el postre (tiramisú él y flan casero ella), él la tomó de la mano, por sorpresa. Ella se dejó querer, asombrada al principio pero deseosa de ese contacto, y a los pocos segundos envolvía la mano de él entre las suyas, mientras la conversación se hacía más intima, más susurrante, sus ojos buscándose con ganas, los dos inclinados hacia delante para poder estar más cerca el uno del otro.

No tomaron café. Tras firmar la cuenta se dirigieron hacia las escaleras cogidos de la mano. Se habían dado el primer beso, suave y delicado, antes de que llegaran los postres, sus cabezas muy juntas, y ninguno terminó su dulce. Los besos habían pasado de cortos y cariñosos a requerir el concurso de sus lenguas, ansiosas de conocerse…

Mientras esperaban el ascensor, él se puso detrás de ella, aspirando su aroma mientras ella bajaba la cabeza, coqueta. Un beso, rápido y dulce, sobre su cuello la hizo estremecerse, más cuando a ese le siguió otro, y luego otro más; a él le encantaba su nuca, y continuaba besándola cuando se abrió la puerta del ascensor y ambos entraron, ya completamente centrados el uno en el otro. Ella le atrajo hacia sí mientras le esperaba con la boca entreabierta, los ojos dilatados, su respiración entrecortada; él, cogiéndola de la cintura, la abrazaba mientras sus bocas se encontraban, besos largos y húmedos que bajaban por su cuello, hasta el principio de su escote.

Siguieron besándose en el pasillo, incluso mientras él buscaba a tientas la llave de la habitación. Se rieron los dos ante su torpeza para abrir la puerta. Entraron. La habitación estaba ligeramente a oscuras, un ambiente ideal para la noche que ambos esperaban.

Sus labios ya no se despegaban, sus manos recorrían el cuerpo del otro, atraían, acariciaban, preguntaban... Ella se apoyó en la pared, temerosa de que sus piernas la fallaran, mientras él recorría su cuello con sus labios, adivinando el placer que ella sentía. Ninguno de los dos decía nada, atentos solamente a sus sensaciones y al otro.

En un momento dado, él la hizo darse la vuelta, apoyando las manos en la pared, mientras apartaba su cabello para poder besar de nuevo el principio de su nuca. Con un movimiento rápido bajó la cremallera de su vestido, que quedó a los pies de ella, mudo testigo del combate. Comenzó entonces a besar y acariciar su espalda, mientras luchaba con un sujetador rebelde; ella gemía de placer, arqueando su cuerpo para ofrecerse por entero a sus caricias, a sus labios, solo pendiente de sus sentidos. Las fuertes manos de él ya rozaban sus senos, mientras ella sentía sus labios en su espalda, en su nuca, en su cuello, buscando su boca; solo quería que siguiese, que nunca acabara ese momento, sentir su cuerpo contra el suyo…

Jadeando, se dio la vuelta y atrapó su cabeza con sus manos, pasando los dedos entre su pelo, corto y fuerte, mientras su lengua buscaba ansiosa el enfrentamiento. Él respondió con pasión, las barreras ya derribadas, entregado por completo a ella. Ya no importaban las horas para la despedida, no importaba el largo viaje de vuelta, no importaba la separación, ese era su momento, real y compartido, y pensaba disfrutar de cada milésima de segundo con él…

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