domingo, abril 24, 2011

Sueños y otras hierbas

Una habitación de hotel. Maletas por el suelo. Un gran hall con ascensores que suben y bajan. Agua. Niños jugando en el barro. Un muro que tengo que salvar para llegar al otro lado. Tú esperándome en el otro lado. Caminos que suben y se pierden en el cielo. Sensaciones de seguridad, no hay miedos, no hay dudas. La fiesta ya terminó. El metro se abre ante nosotros. Llega un tren, no hay nadie. Nos sentamos separados, nuestros destinos son distintos. El tren sale al exterior, un día soleado, con un cielo azul intenso. Parada. Bajo, me esperas en la playa. Camino por la arena, mientras el mar se levanta. Los castillos de arena se alzan mientras los niños corren entre ellos. Cambio de escenario. Intento encontrar mi habitación, me equivocó, una empleada del hotel me pregunta, “no hace falta, conozco mi camino”. Me dirijo a la zona correcta, pero dudo, hay tres puertas, no veo los números (¿mi habitación es la A?).

Despierto. No quiero despertar. Mi cabeza aún ronda en ese sueño, mi cuerpo está cómodo, caliente en esta fría mañana. El sol entra por mi ventana, me dice que es hora de empezar. Me doy media vuelta, abrazo a la almohada, y cierro los ojos.

Camino por un descampado, como los de mi niñez, lleno de niños jugando. Hay un agujero, una depresión en la que el muro se ha caido y el terreno se ha escapado, tengo que cruzar para ir al otro lado. No importa. Sé cómo hacerlo. Nada me impedirá llegar…

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