Unos ojos del color del cielo devolvieron la mirada al señor de la villa, ojos que destacaban en un rostro ovalado y delicado, con unos labios llenos y bien formados, una nariz respingona y una piel blanca y suave. La muchacha bajó la vista, avergonzada y azorada por la presencia de todos esos hombres, pero el efecto ya estaba hecho: Sancho sentía el deseo correr por su sangre, sus venas palpitaban y no podía dejar de contemplar las tiernas curvas de la joven. Sus ojos se cruzaron con los del enviado musulmán y ambos se entendieron sin palabras, el trato estaba hecho: la doncella sería la concubina de Sancho y éste no atacaría al reino de su padre con sus mesnadas.
En un rincón del gran salón, separado del resto de nobles y gente de la casa, el padre Martín veía cómo su señor cerraba el trato con los infieles, y levantando su mirada al cielo deseó con todas sus fuerzas que ese acuerdo no tuviera éxito. Mientras se santiguaba observó con cautela a la joven árabe, aún en el centro del salón y con el rostro descubierto. Años más tarde, ya anciano y retirado en un monasterio de León, el viejo clérigo recordaría ese momento como el inicio de un largo camino personal hacia la luz…
1 comentario:
" Con la iglesia hemos topado..."
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