miércoles, julio 20, 2011

Tres morillas se enamoran

Sentado en el pretil de la vieja muralla, el padre Martín observaba a la ciudad dormida a la luz de la luna llena. Desde su posición en lo alto de la torre del homenaje podía ver casi toda la villa, la curva del río que la protegía de las incursiones del norte, y la muralla que discurría de este a oeste, circunvalando casas y palacios, como lo había hecho durante los últimos mil años.
 
El padre Martín no dormía bien desde hacía varias semanas. Los dolores de la gota no le dejaban descansar, y cuando se tumbaba en su celda no podía permanecer quieto, ni conciliar el sueño. Por eso pasaba largas horas en la torre, observando las estrellas o la ciudad, pensando en su larga vida o rezando.

Esa noche no le sorprendió ver a don Sancho caminar por la muralla. El señor de la villa era un hombre recio, alto y fuerte, criado en las duras estepas del norte de Castilla, que había luchado con valor para su rey, y en recompensa había recibido esta fortaleza y el señorío de las tierras de alrededor.

Mientras le veía caminar por el adarve, observando la guardia, dando órdenes, mirando por encima del parapeto a las calles que rodeaban el castillo, el padre Martin pensó en acercarse y conversar con su señor, aunque finalmente desechó esa idea. Esa tarde habían tenido una acalorada discusión acerca de la embajada de los reinos del sur, cómo recibirlos y cómo tratar con ellos. El conde prefería la diplomacia a la mano dura que exigía el monje, escandalizado por los tratos que el noble mantenía con esos infieles, y lleno de fervor religioso. Había habido duras palabras en privado entre los dos hombres, cada uno seguro de hacer lo correcto, uno por mandato divino, otro por razones mundanas. La ciudad estaba demasiado lejos de las grandes fortalezas del norte y podía ser fácilmente atacada por alguno de los reyezuelos del sur, lo que supondría una pérdida de vidas innecesaria.

La embajada llegó al día siguiente, cruzando la muralla por la puerta del Ángel y subiendo trabajosamente por la calle de los mercaderes hasta el castillo. Desde una de las ventanas de palacio les observaba el padre Martin, consciente de que hacía apenas 30 años esos mismos caballeros posiblemente saldrían de la alcazaba para luchar con las fuerzas castellanas y matar cristianos. Se santiguó para dar gracias a Dios por su benevolencia y apoyo en esta guerra santa.

2 comentarios:

Candas dijo...

Tres morillas???...
Ya lo estoy viendo: una de ellas se llamará Fátima, a qué sí???

PD: Jajajajajajaaaaaaa...!

Anónimo dijo...

¿Y por qué no?