Hoy me han atacado. Regresaba a casa, después
de un día agitado en el trabajo, caminando en zigzag, buscando una sombra que
me aliviase de este infernal calor de verano. Estaba tranquilo, pensando en mis
cosas. Bueno, no pensaba en nada que no fuera llegar y darme una buena ducha
fría. De pronto, al cruzar la esquina del Museo, dos figuras se abalanzaron
sobre mí. No pude resistirme, no pude luchar. Entre las dos me sujetaron y se
abrieron paso a través de mi ropa y mi carne, hasta agarrar mi corazón y estrujarlo.
La angustia me comprimía el pecho. No había nadie cerca, un alma amiga que me
ayudara, nadie. Las gafas de sol evitaban que se vieran las lágrimas que
surgían de mis ojos, a pesar de que hacía todo lo posible por impedirlo.
La presión sobre mi corazón no disminuía, tuve
que sentarme en un banco para poder desahogar mi pena, para poder
tranquilizarme, pensar…
Al cabo de un rato pasó. Volvía a respirar,
pero con dolor. Mi corazón estaba libre, pero tenía secuelas. Sentado en medio
de un parque, a la sombra de un castaño de Indias, me daba miedo levantarme y
seguir mi camino. Se habían ido. Ya no estaban cerca pero podían regresar. La
melancolía y la tristeza estaban al acecho, detrás de una canción, de una
escena en una película, de la visión de una flor o una ventana… Yo sabía que
volverían. Siempre lo hacen…
1 comentario:
Es que, cuanto más lo leo más me gusta.
De los mejores, sin duda.
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