domingo, octubre 28, 2012

Próxima estación

El joven se apoyaba en una de las columnas de la entrada a la estación, pasadas las taquillas. Llevaba ya unos minutos esperando, mirando ansiosamente hacia la salida del metro, observando a todos los viajeros que salían o entraban por ella. Habían quedado en ese lugar, para conocerse al fin, después de varios meses de cartas y llamadas de teléfono.

Su relación comenzó por casualidad, un comentario sobre una entrada en un blog de literatura le había llamado la atención y decidió comentar a su vez. La autora de la primera nota le respondió, y así empezó un intercambio de ideas y opiniones que poco a poco fue derivando a un terreno más personal. A las pocas semanas se intercambiaban fotos y teléfonos, desde ahí fue todo en caída libre: mensajes, regalos, flores, conversaciones largas y muy íntimas que desembocaron en el primer “te quiero”.

Habían decidido encontrarse personalmente aprovechando un viaje de él a la ciudad de ella, y durante las semanas previas habían fantaseado con lo que podría ocurrir: besos y abrazos, caricias por fin sentidas y dadas con toda la pasión que ambos almacenaban, una estancia más prolongada por parte de él…

Ella se retrasaba. Ya llevaba varios minutos esperando, apoyado en su columna, y observando con esperanza a los viajeros que salían por los torniquetes, deseando ver su cara entre los rostros anónimos que llenaban la estación a esa hora de la tarde. Le llevaba un regalo, un precioso colgante que había encontrado en una feria artesanal en su ciudad natal. Sabía que le gustaría el detalle, tanto como a él le había gustado comprarlo pensando en ella.

Los minutos pasaron, y se convirtieron en horas. Poco a poco la ilusión inicial se convirtió en frustración y desengaño. Intentó llamar a su teléfono, sin respuesta. Finalmente, después de esperar más tiempo del que su cabeza le aconsejaba, con el corazón dolido y confuso, se dio la vuelta y salió de la estación, cabizbajo, melancólico, preocupado, pensando unas veces que algo le había pasado, otras que nunca debió haber ido a ese encuentro, otras…

En la barandilla del nivel superior de la estación una joven se enjugaba las lágrimas en silencio. Había estado las últimas horas en ese lugar, en una posición desde la que podía ver las columnas, cerca de la taquilla, pero desde la que era difícil que la descubrieran mirando. Lo había visto llegar, ilusionado, y mirar el reloj cientos de veces. Había notado sus nervios al llegar, y cómo la desilusión se había ido acumulando sobre su alma, conforme pasaba el tiempo y ella no aparecía.

No pudo bajar. No quiso descubrir que no era tan alto como parecía en las fotos, ni que sus ojos no tenían el mismo brillo, No quiso que él viera las canas que salpicaban su pelo y su alma, No quiso poner su amor a prueba, temió que quedase dañado y perderlo. No quiso sufrir como había sufrido otras veces.

Mientras, por la megafonía de la estación se anunciaba la llegada y la salida de trenes a distintos puntos del país. La muchacha se secó las lágrimas como buenamente pudo, y haciendo girar las ruedas de su silla se dirigió a la salida, hacia la noche, una vez más…

1 comentario:

Candas dijo...

No me ha gustado.