Su relación comenzó por casualidad, un
comentario sobre una entrada en un blog de literatura le había llamado la
atención y decidió comentar a su vez. La autora de la primera nota le
respondió, y así empezó un intercambio de ideas y opiniones que poco a poco fue
derivando a un terreno más personal. A las pocas semanas se intercambiaban
fotos y teléfonos, desde ahí fue todo en caída libre: mensajes, regalos,
flores, conversaciones largas y muy íntimas que desembocaron en el primer “te
quiero”.
Habían decidido encontrarse personalmente aprovechando
un viaje de él a la ciudad de ella, y durante las semanas previas habían
fantaseado con lo que podría ocurrir: besos y abrazos, caricias por fin
sentidas y dadas con toda la pasión que ambos almacenaban, una estancia más
prolongada por parte de él…
Ella se retrasaba. Ya llevaba varios minutos
esperando, apoyado en su columna, y observando con esperanza a los viajeros que
salían por los torniquetes, deseando ver su cara entre los rostros anónimos que
llenaban la estación a esa hora de la tarde. Le llevaba un regalo, un precioso
colgante que había encontrado en una feria artesanal en su ciudad natal. Sabía
que le gustaría el detalle, tanto como a él le había gustado comprarlo pensando
en ella.
Los minutos pasaron, y se convirtieron en
horas. Poco a poco la ilusión inicial se convirtió en frustración y desengaño.
Intentó llamar a su teléfono, sin respuesta. Finalmente, después de esperar más
tiempo del que su cabeza le aconsejaba, con el corazón dolido y confuso, se dio
la vuelta y salió de la estación, cabizbajo, melancólico, preocupado, pensando
unas veces que algo le había pasado, otras que nunca debió haber ido a ese
encuentro, otras…
En la barandilla del nivel superior de la
estación una joven se enjugaba las lágrimas en silencio. Había estado las
últimas horas en ese lugar, en una posición desde la que podía ver las
columnas, cerca de la taquilla, pero desde la que era difícil que la
descubrieran mirando. Lo había visto llegar, ilusionado, y mirar el reloj
cientos de veces. Había notado sus nervios al llegar, y cómo la desilusión se
había ido acumulando sobre su alma, conforme pasaba el tiempo y ella no
aparecía.
No pudo bajar. No quiso descubrir que no era
tan alto como parecía en las fotos, ni que sus ojos no tenían el mismo brillo,
No quiso que él viera las canas que salpicaban su pelo y su alma, No quiso
poner su amor a prueba, temió que quedase dañado y perderlo. No quiso sufrir
como había sufrido otras veces.
Mientras, por la megafonía de la estación se
anunciaba la llegada y la salida de trenes a distintos puntos del país. La
muchacha se secó las lágrimas como buenamente pudo, y haciendo girar las ruedas
de su silla se dirigió a la salida, hacia la noche, una vez más…
1 comentario:
No me ha gustado.
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