sábado, marzo 26, 2011

De noite sonho contigo...

El polaco se recostó sobre la hierba y dejó que su frescor le empapará la sudada camiseta, mezclándose con su sudor y su cuerpo, haciendo que le bajará la calentura que sentía desde que había dejado a Gema en la puerta de su casa, unos minutos atrás.

Juan José nació rubio y de ojos claros en un pueblo donde todos eran morenos de ojos oscuros; su padre no pudo soportar la duda y les abandonó a su madre y a él a los pocos meses. Su madre, incapaz de aguantar la pena y las habladurías de la gente, se suicidó cuándo él tenía apenas dos años. El polaco nació cuando se fue a vivir con su pariente más cercano, un hermano de su padre que tenía ya 5 hijos morenos y de rostro cetrino. Su piel blanca, sus ojos azules y el color de su pelo le llevaron el mote por parte de sus primos, y las primeras palizas. Crueles como solo los niños saben ser, sus primos mayores le usaron como cabeza de turco en todas las fechorías, y con el tiempo aprendió a defenderse, pasando la mayor parte de su infancia lleno de arañazos y cardenales.

Se escapó por primera vez a los 11 años, aunque la Guardia Civil lo encontró a los pocos días y lo devolvió a la casa de sus tíos. Su tía no quiso saber nada más de él, echándolo de la casa a las pocas horas; nunca volvió a hablar con su tío. Fue a vivir un tiempo con su abuela, y a la muerte de esta, con un pariente lejano en la ciudad. Este le puso a trabajar como aprendiz en el taller de un conocido, aunque pasaba más tiempo en los billares y en la plaza fumando con otros descarriados que entre grasa y motores.

A sus 16 años, el polaco era un joven alto y delgado, fibroso, de rápidos reflejos y navaja pronta, que se había hecho un nombre en el barrio a fuerza de golpes y bravuconería. Era lo que entonces se consideraba como un ‘chico malo’, muchos de los cuales murieron poco después por sobredosis o en accidentes de carretera. Su aspecto de antihéroe de película, que él cuidaba vistiendo cazadora de cuero y pantalones vaqueros en casi todo momento, le granjeaba furtivas miradas de las adolescentes de la vecindad, que procuraban esconder de sus madres y padres, pero que le proporcionaban toda la compañía femenina que requería.

Había visto a Gema a la salida del colegio, un viernes de abril, cuando ya el aire huele a verano y la piel está deseando ser acariciada. A través de amigas de amigas supo de su interés en él, y a las pocas semanas tenían su primera cita dentro de un grupo de chicos y chicas, como otras veces le había sucedido con otras chicas en años anteriores. El polaco se sabía guapo, y esperaba cierta adulación por parte del grupo con el que se codeaba y adoración por parte de sus chicas. Gema demostró ser una joven pudorosa y tímida, que se sonrojaba fácilmente con las bromas que hacían los otros chicos, y que debía regresar muy temprano a casa. Casi la dejó tras esa primera cita, pero un punto de orgullo y muchos malos deseos hicieron que los paseos con el grupo continuaran durante parte del verano.

Al llegar julio y el final de las clases, el polaco había decidido que era momento de recoger sus frutos, y jugó sus cartas para obtener una cita a solas en el parque. Cuando la vio aparecer, con su vestido vaporoso que dejaba los hombros al aire, el pelo recogido en una cola de caballo, sus ojos brillantes a la luz de la tarde veraniega, todos sus instintos se afilaron, dispuesto a devorar la inocencia como otras veces, sin remordimientos ni compasión.

O eso creía él. La muchacha le sorprendió con una pasión animal que rivalizaba con la suya propia, con un abandono inesperado en una joven de su educación. Su boca aceptó la lengua invasora y le dio la bienvenida, ofreciéndose por completo, dejando escapar pequeños suspiros que acrecentaban la lujuria del polaco, mientras sus manos comenzaban a abandonar el perfil de la cabeza de ella bajando hacia zonas más comprometidas… que le fueron permitidas. El desconcierto se apoderó del muchacho, separando sus labios de la boca que se le ofrecía, entreabierta y anhelante, todo el cuerpo de Gema relajado y dispuesto para su disfrute. La mente del polaco estaba funcionando a marchas forzadas, tratando de adaptarse a la nueva e inesperada situación, y entonces lo vio.

Gema abrió los ojos, cerrados desde los inicios del combate, y en ellos el polaco vio una necesidad de cariño que rivalizaba con su propia ansia, una soledad que podía comprender la suya, un desprecio a las reglas y normas sociales que incluso le dio algo de miedo… Ella le miraba con la pregunta en sus labios, mientras sus manos volvían a recobrar algo de vida y le atrapaban, obligándolo a acercar su boca a sus labios, manteniendo su mirada fija en él, como una sirena que usara la luz de sus ojos para atraerle al abismo.

Y el polaco cayó.

1 comentario:

Candas dijo...

"Mientras ella hablaba así, el joven absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca..."

G.A.B.