Hace unos 5 000 años, los dioses decidieron
bajar a la tierra y hacerse cargo de los asuntos de los hombres. Por centurias
se involucraron en las disputas y en las guerras humanas, llevando a la raza de
los hombres por el camino que ellos quisieron. En un momento determinado, sin
embargo, perdieron interés, y poco a poco los seres humanos fuimos conquistando
nuestra libertad. Los dioses, sin embargo, nos seguían considerando juguetes, y
no toleraron muchas de nuestras necesidades. Un odio larvado a su dominio
creció con los siglos, y estalló con gran violencia durante lo que se conoció
como Guerras Olímpicas, un largo conflicto en el que dioses y hombres lucharon
unos contra otros, hermanos contra hermanos y padres contra hijos.
La faz de la tierra cambió drásticamente
cuando los dioses emplearon sus poderes para mover ríos o montañas, crear
nuevos océanos o secar los existentes, abrir volcanes o lanzar toda la furia
del mar contra los humanos que se les enfrentaban. Los hombres aprendieron en
ese tiempo a luchar contra sus poderes, a crear armas que pudieran dañar los
cuerpos inmortales, a obtener ventajas de las rencillas y desavenencias de las
distintas familias divinas.
El punto álgido de la guerra ocurrió sobre los
llanos de Jollui-koi, donde naciones enteras se perdieron, millones de personas
quedaron enterradas bajo los escombros de lo que fue una de las mayores cadenas
montañosas del planeta, y dioses y semidioses dejaron su inmortalidad a merced
de las armas y el coraje humano. Mucho del daño fue hecho por magos y criaturas
mágicas: centauros, gigantes y seres voladores se habían aliado con la
humanidad, mientras los seres marinos luchaban del lado de los dioses. Miles de
magos y brujas usaban sus poderes a favor de la coalición de naciones, el Eje
como se le conocía en aquellos turbulentos tiempos…
No todos los dioses combatían a los hombres.
Un puñado de seres divinos apoyaba, de forma encubierta al principio,
abiertamente más tarde, las aspiraciones de la humanidad. Dioses menores
espiaban, aconsejaban, sangraban y luchaban junto a aquellos que hacía poco
consideraban meros juguetes. Muchos murieron en esta guerra, otros muchos
quedaron tullidos o perdieron su divinidad…
Pero también había algunos humanos luchando en
el bando de los dioses. Descendientes de dioses y héroes, ligados desde tiempo
inmemorial a las distintas familias divinas, mestizos fruto de uniones entre
humanos y dioses, entre seres mágicos y humanos, entre los mundos mortal y
divino… Algunos de estos inmortales cambiaron de bando durante la contienda,
asqueados por el desprecio a la vida humana de algunos de los dioses. Otros,
simplemente decidieron que la humanidad tenía derecho a aquello que le era
negado.
Un puñado de estos mestizos tuvo un papel
especial durante las últimas fases de la guerra, como carne de cañón en la
vanguardia de los ejércitos humanos. Sus poderes y resistencia les hacían seres
ideales para atacar y desaparecer, para infiltrarse en las moradas divinas y
acabar con los dioses menores o sus acólitos. Fueron conocidos como “comandos pacare”, encargados de calmar la
resistencia de los enemigos de los hombres.
Al terminar la guerra, con el armisticio de
Atenas y los tratados posteriores, los miembros de esos comandos quedaron liberados
de sus deberes militares. Algunos, incapaces de sobrellevar los horrores a los
que se les había sometido en aras de la victoria, se dejaron morir, arrojándose
a volcanes en erupción, o aislándose en cuevas remotas, dónde permanecieron
hasta que su alma se separó del cuerpo. Otros, los menos, se desvanecieron
entre la humanidad a la que habían protegido, apareciendo de vez en cuando en
susurros o conversaciones de cazadores, como seres fantasmales que se
encontraban en la profundidad de bosques, montañas u océanos.
1 comentario:
Menos mal que no está en tu mano conseguirlo...
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