Ella está tumbada en la arena, unos metros más atrás. Desde aquí no puedo ver su cara, cubiertos sus ojos por unas gafas de sol, y la distancia no me permite adivinar sus pensamientos.
El mar me reclama. Las olas siguen atacándome, intentando hacerme caer mientras camino y me voy adentrando más y más en la zona de marea. Me llegan sonidos de gaviotas con el viento, y las veo sobrevolando las rocas de la punta este. Un grupo de cormoranes se encuentra en ellas, intentando secar sus alas con el tibio sol de la mañana, siempre atentos a los movimientos de los turistas que se acercan por el roquedal.
La arena que el mar arrastra me acaricia las piernas, y siento la fuerza de las olas en cada embate. La tentación de seguir es grande, caminar mar adentro, dejarse llevar por el oleaje, por el sol, seguir las corrientes que salen de la bahía y llegar a mar abierto, profundo e infinito, donde el viento y el agua son amos y señores. La sal de miles de gotas de espuma se ha pegado a mi rostro, y siento su sabor en mis labios.
1 comentario:
Qué bonito Teo!...
Sin duda, el relato gana según va avanzando... ... ... Y TÚ TAMBIÉN!
Sigue así, por favor!...
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