sábado, noviembre 13, 2010

El mundo en el exterior de tu ventana

Voy a menudo a una playa cercana a mi hogar, me sirve para despejar mi cabeza y alinear mis pensamientos, me relaja el sonido del mar, contar las olas, sentir la espuma salada en mi cara. Desde la carretera, un camino de planchas de madera serpentea hasta llegar a la zona de dunas, fue hecho especialmente para los bañistas veraniegos. Es una playa tranquila, en forma de media luna, con la salida de la ría en la zona derecha, y protegida por dos promontorios elevados a ambos lados. Afortunadamente los turistas aún no la han descubierto, y normalmente estoy solo, con las gaviotas o un grupo de mariscadoras en la zona intermareal.

Hoy me he levantado temprano, mi cabeza y mi corazón estuvieron discutiendo toda la noche y casi no he pegado ojo. Decido ir a la playa, para disfrutar de una mañana fría y soleada. Una vez allí, camino algo más hasta el faro, una pequeña construcción rectangular de un solo piso, con una torre donde se sitúa la lámpara, rodeado de un bosque de eucaliptos; su muro oeste da al mar abierto y me gusta pasar las horas muertas en él, escribiendo o dejando volar mi imaginación.

De camino al faro la vuelvo a ver. Está en la playa, corriendo. Es una mujer joven, que suele venir acompañada de un hombre alto a hacer ejercicio. Desde donde estoy no puedo verla bien, pero me siento para ver sus evoluciones. El hombre está haciendo flexiones, ejercicios estáticos, mientras la mujer corre de un lado a otro de la playa. En un momento dado se cruzan y ella le saluda con la mano.

Me pregunto qué estará pensando. Tal vez vaya escuchando música o hablando consigo misma. Me la imagino teniendo una conversación imaginaria con alguna amiga, tal vez esté recordando pormenores de la noche pasada, seguramente el hombre que la acompaña es su marido, y aprovechan estos momentos para conservar la forma y estar tranquilos. En los siguientes semanas la veo varias veces en la playa, y cada día le voy inventando una vida: es una joven estudiante universitaria, que viene con su compañero a desentumecer los músculos, después de noches de estudio y amor; es un ama de casa ya madura, pero aún joven, que aprovecha estos momentos para sentirse libre, en compañía de un amigo de la infancia, por el que siente una secreta pasión; una famosa deportista ya retirada, que mantiene la forma que le hizo famosa con marcha sobre la playa, junto con el entrenador que la descubrió y con el que acabo casándose; un alma solitaria, que viene a la playa buscando el consuelo del mar y el sol…

Poco a poco me voy dejando embrujar por su presencia, y, aunque sé positivamente que no puede verme desde mi atalaya entre los árboles, siento que sus paseos y ejercicios son para mí, que viene para hablar conmigo, para mostrarme que hay vida más allá de mi ventana, que los restos de mi naufragio ya llegaron, rotos y esparcidos, a la playa, que solo tengo que bajar, recogerlos y recomponer mi vida…

Hace días que no la veo, la playa está más solitaria sin ella. Trato de encontrar sus huellas en la arena, solo para darme cuenta de que la echo de menos, que se ha convertido en una parte de mi vida, una perfecta extraña dentro de mi mente y mi corazón.

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