Pero me estoy desviando del tema. El caso es
que el molino del lugar se encuentra en ruinas, apenas cuatro paredes mal
sujetas por las lianas y los hongos, que sobreviven a la humedad que sube del río
mientras las maderas del techo se van pudriendo lentamente.
Me gusta este camino. Queda lejos del ajetreo
del paseo fluvial, escondido para la mayoría de los transeúntes, más proclives
a sentarse en los bancos y lugares para jolgorio dispuestos por el ayuntamiento
que a bajar durante unos cientos de metros entre la vegetación de la ribera
para encontrar un lugar tranquilo donde poder pensar.
Mientras observo por enésima vez las raíces de
la vieja higuera hundirse entre las rocas del lecho del arroyo, y hacer así un
pequeño puente entre el agua y el cielo, enciendo un cigarrillo y aspiro el
humo con placer. Siento como recorre mi garganta para ir a depositarse en mis
pulmones, para luego hacer el camino inverso y salir por mi nariz. Cuanta
ceniza habré creado ya. Llevo fumando desde los quince años, primero aquella
picadura asquerosa que hacíamos recogiendo colillas y desliando el poco tabaco
que quedaba. Luego los fieles celtas y bisontes, hasta que llegué a tener
suficiente dinero como para comprar americano, y así hasta ahora...
Ha parado la lluvia. Los verdes quedan
luminosos cuando se asoma ligeramente el sol, las pequeñas gotas que quedan en
las hojas parecen diamantes según cómo les llegue la luz. Vuelven a cantar los pájaros
y el rumor del arroyo ya no se confunde con el tiptap de la lluvia sobre las
hojas y el suelo. Desde mi escondite, al abrigo del soportal de una puerta,
milagrosamente en pie, puedo dejar volar mi imaginación y ver todo como antaño
fue: los carros con el trigo y el centeno en sacos bajando por el camino que es
ahora apenas una trocha para animales, el bullicio a la entrada del molino,
cuando el molinero llegaba para negociar la maquila, mientras los carreteros
aprovechaban para aliviarse al lado del río, el olor a harina y a pan recién horneado
que salía de la casa, el polvillo blanco que se detectaba en el aire apenas se entraba
en la vivienda, la humedad del cauce y el estanque que todo lo impregnaba...
Abro los ojos cuando un reactor pasa por el cielo,
atronando y recordándome que el tiempo ha pasado, que ahora todo es distinto,
que mi hombro se queja por llevar mucho tiempo apoyado contar la fría piedra,
que las rodillas me arderán esta noche después del esfuerzo a que las someto
subiendo y bajando esa cuesta, que mis ojos lagrimean porque no te he podido
ver en mi ensueño, limpia y lozana, como aquella primera vez en nuestros años
mozos...
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