Probé entonces a negarla con la ciencia,
desgajando cada onza de mis sentimientos, analizando, teorizando,
experimentando, comprobando… Quise descubrir la base molecular y química de mis
emociones, de mi amor, y descubrí que nada era más grande ni más extraño, que mi amor estaba más allá de la medida de mis probetas y mis instrumentos…
Procuré olvidarla buscando en el corazón de
antiguas religiones, pensando que quizás Díos me ayudaría; viajé a los lugares
más profundos del Asia, donde con maestros y santos viví, aprendiendo a
relajarme, a expandir mi mente, a bloquear mis sentidos. Pero cuando iba a
alcanzar el nirvana, el estado perfecto de existencia, me di cuenta de que ella
estaba allí, que era el principio supremo de mi universo.
Ha pasado el tiempo, y con él el dolor se ha
apaciguado, haciendo que mi corazón descanse a veces. Ya no pienso en ella en
todo momento, no, algo he conseguido en todos estos años… Ahora sólo la extraño
cuando estoy vivo…
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