martes, mayo 01, 2012

Cuaderno de derrota


El viejo marinero paseaba su rostro arrugado y canoso por la playa, absorbiendo del  aire marino el poco salitre que necesitaba para vivir. Hacía años que estaba varado en tierra, y sólo estos pequeños paseos por la orilla de la mar le mantenían en contacto con lo que había sido su vida y su amor.

Caminaba despacio, moviendo trabajosamente sus cansadas piernas, dirigiendo la proa hacia la bodega del Maya, donde seguramente podría calentar sus huesos con un tazón de buen caldo. El patrón del bar, Ambrosio, había sido marino hasta que en un accidente en Terranova perdió el uso del brazo izquierdo, y desde entonces veía partir a sus viejos compañeros desde detrás de una barra de roble, fabricada con la cuaderna de su primer barco.

Cuando entró en la taberna había varios hombres abarloados contra la barra, mientras otros se protegían en las mesas del abrego que comenzaba a soplar en el exterior. El viejo se sentó en un extremo, intentando alejarse de un portugués aboyado, que daba tumbos de mesa en mesa mientras navegaba en su propia galerna. Ambrosio le sirvió un tazón de vino, en un cuenco de barro cocido, junto con unas aceitunas en un pequeño plato de porcelana.

Allí, atracado en buen abrigo, dejó el marinero vagar sus recuerdos, surcando entre ellos mientras el vino circulaba por su sangre y le alejaba la borrasca de la mente. Recordó sus primeras singladuras en un velero, uno de los últimos que hacía la ruta de las Américas; sus años en la marina mercante, recorriendo puertos en los cinco continentes, y luego la guerra y sus desgracias…

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