Sentados frente a frente terminan su almuerzo,
conversando animadamente mientras Lisboa se va despejando de las nubes que han
cubierto su mañana. Recuerdan el paseo por el centro de la ciudad, casi vacía
en comparación con aquella otra de la que ambos provienen, ese aire fresco y al
mismo tiempo decadente que tienen sus piedras. Hablan de las sensaciones que
los viejos barrios han levantado de nuevo en sus corazones, y poco a poco, la
conversación deriva hacia ellos mismos, hacia sus miedos y sus esperanzas. Él
habla del hogar que dejó atrás, del trabajo, del tiempo invertido en el éxito
profesional, del vacío de su vida personal. Ella de la familia perdida, de los
amigos que no ha visto, de los sentimientos que ha vuelto a encontrar.
Lentamente, sus manos se buscan, se tocan y acarician, como si tuvieran vida
propia al inicio, conscientemente después. Él busca sus hermosos ojos verdes
mientras ella se pierde en la profundidad de su mirada. Fuera, Lisboa envejece
a ritmo pausado...
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