Podría ser una tormenta nocturna de verano
vista a cámara rápida: las nubes crecen y se desarrollan a velocidad de vértigo,
cambiando su forma y color de acuerdo con los caprichos del viento, mientras
los relámpagos cruzan los cielos, iluminando la noche como si fuera pleno mediodía.
Si escuchas con atención, el sonido de los truenos se asemeja a una voz, a palabras
dichas con furia y poder, con el coro de las montañas como fondo…
Perseo dormía tumbado contra el derruido muro
de una casa, en un poblado cerca de la frontera del Imperio Chino. Llevaban
viajando varios días, y habían cruzado ya gran parte del camino que debían
recorrer, y a pesar de que hasta ahora el trayecto había sido casi sin
problemas, se sentía agotado. Habían llegado a ese pequeño pueblo, en las
faldas de las Montañas Ciclópeas, buscando un lugar donde poder reponer sus
reservas de agua, y la suerte les había sido favorable: el pozo del lugar aún
mantenía un pequeño estanque de aguas claras y frescas, aunque no había nadie
en los alrededores para conservarlo a salvo de las tormentas de arena.
Podría ser el fondo de un arrecife, durante
una pleamar portentosa: las olas rugen desde el abismo, e incontables miles de
toneladas de agua chocan contra las rocas, provocando miríadas de burbujas, que
ascienden hasta la superficie. Si escuchas con atención, el sonido de esas
burbujas mientras recorren y atraviesan los corales se asemeja a una voz, a
palabras dichas con calma y serenidad, a pesar de la fuerza con que se expresan…
Estaba inquieto. En su duermevela Perseo se
movía sin descanso, luchando por alejar a los fantasmas que le acosaban en su
sueño. Pandora se encontraba a su lado, mientras Manhú hacía la primera guardia
de la noche. Los ojos de la mujer no se despegaban de su compañero, tal vez
escudriñando sus gestos, intentando descubrir contra qué o quién estaba
luchando. Nada en su expresión o sus gestos permitía adivinar sus pensamientos.
Al cabo de un rato, acarició la frente de Perseo con una mano fresca y suave, y
los sueños del hombre se aquietaron, su respiración se calmó y descansó
profundamente…
Podría ser la noche más oscura en el interior
de una caverna sombría: no hay ninguna luz, ningún calor que puedas obtener de
la fría tierra, sólo soledad y silencio. Sin embargo, si escuchas con atención,
podrás entender sonidos que surgen del suelo, crujidos y murmullos cuando las
grandes rocas se alinean y conversan entre sí, siseos de animales ocultos, el
silbido de un viento gélido que no puede existir aquí abajo, palabras que se
dicen para ser temidas y escuchadas…
El ruido del trueno aún reverberaba en las
paredes negras de Kadath cuando Briseida despertó bañada en sudor. Un
escalofrío recorrió su cuerpo, e instintivamente buscó una manta para cubrirse.
Las brasas que permanecían vivas en la hoguera daban una cierta luz a la
habitación, pero sus pupilas dilatadas tardaron todavía un rato en
acostumbrarse a la misma. Estaba ciega. No importaba. Lo que el oráculo mayor
había visto y escuchado no estaba entre esas cuatro paredes…
Se vistió deprisa y mandó llamar a un
sirviente. Era urgente que el consejo de la ciudad tuviera noticia del mensaje
que los dioses le habían enviado en sueños, de las tres palabras que había
escuchados de sus labios divinos, pronunciada con temor, ¿con miedo tal vez?
Pandora ha despertado…
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