lunes, enero 14, 2013

Nocturna

Su piel se encendía mientras aquellos labios suaves y casi etéreos recorrían su espalda. Había despertado al notar cómo el aire fresco de la noche le acariciaba la piel, y se había dado cuenta de que estaba desnuda, su pijama de seda perdido en algún momento y lugar desconocido. Su siguiente pensamiento fue un suspiro de placer: unos dedos hábiles le rozaban las piernas, haciendo que su vello se erizase, podía notar cómo una lengua cálida y maestra recorría y besaba sus pezones, consiguiendo que se endureciesen casi al instante. Toda precaución, todo miedo que pudiera tener se desvaneció cuando la punta de esas excitantes extremidades alcanzó su clítoris, haciendo que involuntariamente se arqueara para poder ofrecer una mayor exposición, ya completamente vencida a las sensaciones…

Sabía, por las otras veces que le había sucedido, que aquellas atenciones no eran sino el principio. Pronto fluidos constantes inundaron sus entrañas, producto de las oleadas de electricidad que le recorrían la espalda partiendo de su centro de placer. Suaves manos exploraban la piel de sus muslos y vientre, su nuca era mordida con delicadeza, su pecho recorrido por labios expertos, su sexo libado por una boca ansiosa… A los pocos minutos deseaba que su amante la llenara, que culminaran todos los preparativos, todas las acciones, que la hiciera llegar al éxtasis final. Sin embargo, cuando la embestida tuvo lugar la sorprendió la fuerza y la delicadeza del momento; podía notar como el miembro duro y caliente de su pareja la iba completando poco a poco, haciendo que el gozo aumentase en grados que no imaginaba posibles, al mismo tiempo que percibía la fuerza de su amador en cada envite. Disfrutaba de la penetración de una forma que no recordaba haber hecho anteriormente, sus manos se aferraban con fuerza a las sabanas mientras los labios de su compañero se perdían en su cuello y su boca, ahora ya abierta a los suspiros y gemidos del deleite.

El clímax llegó de forma inesperada, como un volcán electrizante que hizo que sus músculos se contrajesen, que su cerebro liberase toda la tensión sexual contenida en un inmenso orgasmo que se extendió durante un par de minutos, consiguiendo que se durmiese agotada apenas unos instantes después.

A la mañana siguiente despertó cuando el sol ya se asomaba por la ventana. La habitación aún mantenía los olores de la noche anterior, y al recordar aquellas sensaciones una sonrisa le iluminó la cara. Se levantó, sin preocuparse de su pareja, como hacía siempre. No había nadie. Ningún hombre había entrado en su habitación en meses, y sin embargo, cada noche tenía una sesión de sexo y lujuria un poco mejor que la anterior. La primera vez se había asustado, cerrando puertas y ventanas, pensando que una cita desalmada la había drogado para disfrutar de su cuerpo. Incluso llegó a pensar que se había vuelto loca, que esas calenturas eran producto de una mente enferma y estuvo a punto de caer en una espiral de locura y destrucción.

Sin embargo, en una ocasión, cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo final, una voz le llegó claramente desde un lugar donde no podía haber nadie. Fueron dos palabras, pero a la mañana siguiente se levantó serena, con los sentidos claros y sin miedos a las sombras que vendrían. Sólo vio una vez a su amante, una noche en la que por razones de trabajo se acostó más tarde de lo habitual. Mientras se desmaquillaba en el baño, en el espejo empañado por los vapores de la ducha vio claramente un rostro que la observaba, anhelante: un joven de porte sereno, piel pálida y ojos verdes como el mar profundo. En silencio, sus labios dijeron las dos palabras que le habían traído la tranquilidad: "te amo".

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