Sabía, por las otras veces que le había sucedido, que aquellas
atenciones no eran sino el principio. Pronto fluidos constantes
inundaron sus entrañas, producto de las oleadas de electricidad que le
recorrían la espalda partiendo de su centro de placer. Suaves manos exploraban
la piel de sus muslos y vientre, su nuca era mordida con delicadeza, su pecho recorrido
por labios expertos, su sexo libado por una boca ansiosa… A los pocos minutos deseaba
que su amante la llenara, que culminaran todos los preparativos, todas las
acciones, que la hiciera llegar al éxtasis final. Sin embargo, cuando la
embestida tuvo lugar la sorprendió la fuerza y la delicadeza del momento; podía
notar como el miembro duro y caliente de su pareja la iba completando poco a
poco, haciendo que el gozo aumentase en grados que no imaginaba posibles, al
mismo tiempo que percibía la fuerza de su amador en cada envite. Disfrutaba
de la penetración de una forma que no recordaba haber hecho anteriormente, sus
manos se aferraban con fuerza a las sabanas mientras los labios de su compañero
se perdían en su cuello y su boca, ahora ya abierta a los suspiros y gemidos
del deleite.
El clímax llegó de forma inesperada, como un volcán
electrizante que hizo que sus músculos se contrajesen, que su cerebro liberase
toda la tensión sexual contenida en un inmenso orgasmo que se extendió durante
un par de minutos, consiguiendo que se durmiese agotada apenas unos instantes
después.
A la mañana siguiente despertó cuando el sol ya se asomaba
por la ventana. La habitación aún mantenía los olores de la noche anterior, y
al recordar aquellas sensaciones una sonrisa le iluminó la cara. Se levantó, sin preocuparse de su
pareja, como hacía siempre. No había nadie. Ningún hombre había entrado en su
habitación en meses, y sin embargo, cada noche tenía una sesión de sexo y
lujuria un poco mejor que la anterior. La primera vez se había asustado,
cerrando puertas y ventanas, pensando que una cita desalmada la había drogado
para disfrutar de su cuerpo. Incluso llegó a pensar que se había vuelto loca,
que esas calenturas eran producto de una mente enferma y estuvo a punto de
caer en una espiral de locura y destrucción.
Sin embargo, en una ocasión, cuando estaba a punto de
alcanzar el orgasmo final, una voz le llegó claramente desde un lugar donde no
podía haber nadie. Fueron dos palabras, pero a la mañana siguiente se
levantó serena, con los sentidos claros y sin miedos a las sombras que vendrían.
Sólo vio una vez a su amante, una noche en la que por razones de trabajo
se acostó más tarde de lo habitual. Mientras se desmaquillaba en el baño, en el
espejo empañado por los vapores de la ducha vio claramente un rostro que la
observaba, anhelante: un joven de porte sereno, piel pálida y ojos verdes como el mar
profundo. En silencio, sus labios dijeron las dos palabras que le habían traído
la tranquilidad: "te amo".
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