viernes, octubre 06, 2006

Viene la prima...

La Vera, esa prima que nos visita todos los años, que viene a levantarnos la moral (y otras cosas cuando la edad lo permite), ya se ha instalado por estas latitudes. La primera consecuencia es que aumentan las horas de luz, la gente se ve mejor, aunque en algunos casos la cara de sueño sea la misma que cuando se iba a dos luces.

La segunda consecuencia es que el campo se viste de verde, los árboles pelaos (que uno piensa que son de adorno, de varillas de metal, cuando los ve a lo lejos, tan ordenaditos en sus plantaciones) se llenan de cosas verdes que crecen prácticamente ante tus ojos, tapando la vista de los edificios de enfrente y cambiando tu mundo de marrón ladrillo.

La tercera (y más extraña) consecuencia es que sube el precio del metro de ropa. No, no me refiero a que los trajes/camisas/faldas/etc. incrementen su valor por unidad, sino que el metro cuadrado de vestimenta sube (y lo seguirá haciendo hasta el final del verano), con lo que, por una sencilla regla de economía, las personas usan menos ropaje y se ve más piel. Las jóvenes escolares dejan atras las medias largas, se empiezan a usar trajes de manga corta o sin manga, el escote empieza su ciclo de crecimiento anual...

Ya estoy deseando que llegue Navidad para ver a Papa Noel y su bañador rojo.

lunes, septiembre 18, 2006

Como una roca

El chileno tiene que ser, por definición, temeroso de los espacios abiertos. No, no me refiero a una plaza o a tener miedo a salir de casa, la típica agorafobia, sino a que el hecho de tener siempre a la vista, desde cualquier parte del territorio nacional (a excepción de las islas) la majestuosa Cordillera de los Andes, les confiere un cierto sentimiento de estar protegidos, y por ende, seguros.

Son varios los chilenos que me han confesado que lo que más añoran de su país cuando viajan a Europa es la vista de la cordillera; parece que no sólo les protege y separa de sus 'ancestrales' enemigos, los argentinos, sino que también es como si fuera una de las paredes de su casa.

Debe ser por eso que, en el Metro, el chileno se coloca en el centro del vagón, se agarra a la barra horizontal y no se mueve; o mejor, se coloca frente a las puertas, con su mochila/cartera/maleta entre las piernas, y no se mueve de ahí así esté vacio todo el vagón y la gente esté pegándose por entrar. No hablemos ya de ceder el paso a la gente que baja, o incluso pensar en salir para que los que se bajen en la estación puedan hacerlo.

De todos los países y culturas que conozco, sólo Japón se parece a Chile en esto, aunque ellos tienen empleados públicos que 'apretujan' a los usuarios para que entren en los atestados vagones de hora punta. Quizá tenga que ver el hecho de que los japoneses también se sienten psicológicamente protegidos por el mar de alrededor, no como los europeos, que sabemos que en cualquier momento nos pueden venir a invadir (como así ha pasado durante toda la historia de Europa).

Por eso, como el chileno no tiene miedo de que le vayan a quitar su espacio, no siente la necesidad (aunque sea cultural) de cederlo para que otros lo puedan usar, y se establece como una roca en su parcela, bien sea en el metro o en cualquier otro ámbito de la vida.

O eso, o es que la educación brilla por su ausencia, que también podría ser...

martes, junio 13, 2006

A trancas y barrancas

Es curioso como una vez se dan los primeros pasos para cualquier cosa, todo va rodado; es como si ese primer impulso que tanto cuesta sea tan poderoso que es capaz de proporcionarte potencia como para correr una maratón.

¿No se han fijado cómo suceden las cosas una vez lanzamos la primera piedra? ¿La sucesión de acontecimientos que ocurre después de tomar una pequeña decisión?

Recuerdo ahora cómo decidí abandonar la casa de mis padres, allá por el verano del... debió el año 97 pero no estoy seguro. El caso es que el plan era estar fuera (libre, como el Sol cuando amanece, ya soy libre...) durante unos 3 meses, que era el tiempo que duraba mi contrato por obra, fuente de toda mi independencia. Pero después de ese contrato vino otro, y otro, y otro, hasta llegar al contrato indefinido de nuestros sueños; después de aquel pequeño apartamento en un quinto vino otro, también pequeño, en un tercero, ya con un arriendo por un año, y luego otro, más cerca del curro, y luego la propiedad que todos soñamos en algún momento.

Y cuando estaba aburrido del trabajo, empecé a querer buscar otro, de donde surgió la oportunidad de venirme a Chile, y aquí conocí a mi media naranja, y empecé a planificar ese matrimonio con el que todos hemos tenido pesadillas en algún momento de nuestra vida adulta.

Y todo esto por una decisión tomada en algún momento del verano del 97, por querer tener mi espacio propio durante un tiempo, dar un paso adelante y avanzar.

Esperemos que no me rompa la crisma con esta carrera...

martes, enero 03, 2006

Año nuevo

Curiosas las diferencias que existen en la celebración de las fiestas de Navidad entre las diversas culturas, e incluso dentro de la misma cultura. Por ejemplo, en Chile se cree que es de buena suerte el comer lentejas en la entrada del nuevo año, en vez de las socorridas uvas españolas, o el llevar un calzón amarillo en vez de rojo.

Este ha sido el primer año que he pasado estas celebraciones en Chile, y no han estado mal. Entiéndanme, no es que a mi me guste la Navidad, todo lo contrario; por estas fechas me vuelvo melancólico y me aburre el género humano, no soporto la felicidad por decreto. Sin embargo, este año he tenido algo que no tenía en años anteriores: pareja.

Pasamos el año en el auto, así de claro. Nooo, no como están ustedes pensando, no. Resulta que, contra lo que es habitual en Chile, decidí llevar a mi familia política a cenar fuera la Nochevieja, lo que no me parecía nada extraordinario; a tal fin habíamos hecho las pertinentes llamadas para localizar un sitio dónde poder al menos llenar la barriga, y tal vez, menear el esqueleto después. Sin embargo, no contábamos con a) el tiempo necesario para que 3 mujeres se acicalen y preparen para una fiesta semejante, y b) que la mayoría de los locales cierran esa fecha o están completos con las reservas.

Así que pasamos el cambio de año en el coche de mi suegra, de morros porque no habíamos podido realizar nuestros planes, y pasando cuatro veces por el mismo lugar en la búsqueda de un restaurante abierto y con mesa para cuatro. Afortunadamente, un hecho inesperado cambió la noche. Una mujer y una niña estaban haciendo auto-stop a la salida del pueblo, menos de cinco minutos antes de las campanadas. Se trataba de una madre y su hija, jovenes, que querían ir a visitar al padre, policia en el retén del pueblo de al lado, que no había podido escaparse para pasar la noche con ellas.

La inocencia y alegría de la niña y su madre nos salvaron la noche, y evitaron que hubiera malas vibraciones al empezar el año; las lentejas de Evelyn nos darán la suerte que nos hace falta en el 2006, y la gracia de Katya nos alegrará el recuerdo. Cuando las dejamos, me dieron ganas de darles las gracias más efusivas; ellas fueron los mejores espíritus del Año Nuevo para una familia sin núcleo que estaba perdida en la Nochevieja chilena.