miércoles, mayo 25, 2011

Cintura de cristal

Ella se acuesta en la cama, y el mundo se recuesta a su lado para observar su descanso.
Ella se baña, y las gotas de agua se demoran por su piel, ansiosas de sentir su caricia.
Ella pasea por la calle, y el viento se arremolina a su alrededor, deseoso de su perfume.
Ella camina por la playa, y el mar lucha por alcanzar sus pies, cambiando mareas.
Ella me mira, y el universo se apaga, dos únicos puntos de luz marcan mi vida.
Ella habla, y me hace el hombre más feliz con dos palabras.
Ella me toca, y mi corazón se para.

Ella no está, y tengo que seguir mi vida.

sábado, mayo 21, 2011

El arbol de lilas

Espero que este hermoso texto les emocione como a mí.

UNO
Él se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.

Pasó un señor rico y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de trabajar y hacer dinero?
Y el hombre le contestó:
Espero.


Pasó una mujer hermosa y le preguntó: ¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de conquistarme?
Y el hombre le contestó:
Espero.


Pasó un niño y le preguntó: ¿Qué hace Usted, señor, sentado bajo este árbol, en vez de jugar?
Y el hombre le contestó:
Espero.


Pasó la madre y le preguntó: ¿Qué hace este hijo mío, sentado bajo un árbol, en vez de ser feliz?
Y el hombre le contestó:
Espero.


DOS

Ella salió de su casa.

Cruzó la calle, atravesó la plaza y pasó junto al árbol florecido de lilas.
Miró rápidamente al hombre.
Al árbol.
Pero no se detuvo.
Había salido a buscar, y tenía prisa.
El la vio pasar, alejarse, volverse pequeña, desaparecer.
Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.


Ella fue por el mundo a buscar.
Por el mundo entero.
 
En el Este había un hombre con las manos de seda.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
Lo siento, pero no, dijo el hombre con las manos de seda.
Y se marchó.

En el Norte había un hombre con los ojos de agua.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
No lo creo, me voy, dijo el hombre con los ojos de agua.
Y se marchó.


En el Oeste había un hombre con los pies de alas.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
Te esperaba hace tiempo, ahora no, dijo el hombre con los pies de alas.
Y se marchó.


En el Sur había un hombre con la voz quebrada.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
No, no soy yo, dijo el hombre con la voz quebrada.
Y se marchó.


TRES

Ella siguió por el mundo buscando, por el mundo entero.
Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana.
La gitana la miró y le dijo:
El que buscas espera, bajo un árbol, en una plaza.

Ella recordó al hombre con los ojos de agua, al que tenía las manos de seda, al de los pies de alas y al que tenía la voz quebrada.
Y después se acordó de una plaza, de un árbol que tenía flores lilas, y del hombre que estaba sentado a su sombra.

Entonces se volvió sobre sus pasos, bajó la cuesta, y atravesó el mundo. El mundo entero.
Llegó a su pueblo, cruzó la plaza, caminó hasta el árbol y le preguntó al hombre que estaba sentado a su sombra:


¿Qué hacés aquí, sentado bajo este árbol?
Y el hombre dijo con la voz quebrada:
Te espero.

Después él levantó la cabeza y ella vio que tenía los ojos de agua, la acarició y ella supo que tenía las manos de seda, la llevó a volar y ella supo que tenía también los pies de alas.

http://www.teresaandruetto.com.ar/el-arbol-de-lilas.htm

Beso mojado de mariposa

Sus ojos color aguamarina parpadearon cuando la luz del sol les dio de frente, al salir de una nube, y tuvo que poner su mano sobre ellos para poder seguir viendo la playa. Él seguía paseando, como la primera vez que lo descubrió, escondida tras las rocas, observando el mar desde su escondite. Acostumbraba a pasar largas horas en esa posición; llegaba por la mañana, con la marea, y se sentaba en esa roca, a cubierto de la espuma y del viento, pasando las horas muertas mirando cómo las olas llegaban y se iban, viendo cómo las gaviotas se peleaban por los pocos desperdicios que el mar llevaba a esa playa. Era su refugio, el lugar donde sus pensamientos se hacían más claros, un sitio solitario y suyo, donde se permitía soñar, hasta que él llegó. 

Esa mañana se había sentado en su roca, como de costumbre, acomodando su cuerpo a las oquedades del granito, moldeadas por las salpicaduras del océano durante eones, cuando le vio. Una pequeña figura en el lado más alejado de la playa, caminando hacia ella. En un principio le entró pánico, nunca había estado en presencia de un hombre, miró a su alrededor para encontrar un lugar dónde camuflarse, y lo encontró en un hueco hecho entre las rocas, producto de un derrumbamiento del acantilado en una tormenta lejana, desde donde podía ver sin ser vista. Allí se escondió, su primer impulso de huir vencido por su curiosidad.

El hombre continúo caminando, con paso tranquilo, no parecía tener prisa. Al poco se detuvo, y se sentó en la playa, su mirada ahora perdida en el mar. Desde su escondite podía verle claramente ahora: era un hombre joven, de fuertes manos, pelo negro como la tinta de calamar, y unos ojos claros como aguas poco profundas y cristalinas. No se movía, como si estuviera petrificado en coral, y así permaneció durante un largo rato, mirando las olas sin hacer o decir nada. Mientras, ella se preguntaba quién era, qué hacía en esa playa tan alejada de cualquier población…

Esto se repitió durante los días siguientes. El hombre llegaba a la playa, caminando o en ocasiones sobre un gran caballo de batalla, se sentaba en un lugar por encima del límite de la marea, y permanecía allí largas horas, mientras el caballo pastaba en las dunas. Las gaviotas volaban a su alrededor, a veces se posaban cerca, pero su mirada siempre estaba fija en la lejanía, como si esperase la llegada de algún barco a esa playa perdida. En algún momento, sin aviso ninguno, se levantaba y se iba por el mismo camino.

Ella se acostumbró a su presencia, a esconderse en el hueco en cuanto lo veía aparecer por la playa, en observar cómo caminaba hacia ella, en verlo sentado, a su alcance, pero lejos de ella. A veces, el viento le traía las palabras que ella creía que salían de su boca, un lenguaje desconocido pero fascinante para ella. Aprendió a conocer su estado de ánimo: solía llegar pensativo, melancólico, sus pasos iban despacio por la arena, sin preocuparse de las olas que lamían sus pies. Una vez, desmontó del caballo con rabia, golpeando la playa con sus manos, lanzando granos de arena al viento en su furia, hasta que se calmó, y se sentó a mirar el mar; esa mañana ella pudo ver cómo surgía el agua de sus ojos, y se sorprendió con el corazón herido, como si su pecho no fuera suficientemente grande... Siempre se iba tranquilo, sus pasos fuertes y seguros, el cabello al viento, como si el tiempo pasado en la playa le hubiera calmado, como si necesitara el mar para sentirse en paz.

Dejó de tenerle miedo, y poco a poco sus sentimientos hacía él cambiaron. Lo imaginaba un hombre sensible, movido por las mareas, fuerte como el oleaje, sereno como las profundidades… Comenzó a aparecer en sus sueños, unos ojos azules que la miraban desde más allá de la playa, una sonrisa que era para ella… Muchas veces quiso decirle algo, salir de su escondite, mostrarse, hablar con él, pero siempre sucedía algo: él se levantaba, un cangrejo llamaba su atención, una gaviota se acercaba demasiado a él…

Esa mañana llegó más temprano que de costumbre a su lugar. Lo había decidido. Había pasado la noche en vela, pensando, discutiendo consigo misma, y había decidido que hoy sería el día. Él no podía hacerla daño, era un hombre sensible, amoroso, se alegraría de verla, podrían pasar el tiempo juntos, ver el mar tomados de la mano…

Su corazón saltó cuando le vio aparecer a lo lejos, su figura perfilándose en la bruma de la mañana. Se levantó, elevó su mano y estaba a punto de llamarlo cuando la vio… otra figura que iba con él, un destello dorado en el cabello, una mano que iba sujeta con la mano de él. El viento traicionero le llevó las palabras de ambos, mientras se escondía de nuevo: no entendía el sonido, pero las risas eran claras. Los vio correr por la playa tomados de la mano, le vio a él elevarla a lo alto con sus manos en la cintura de ella, les vio tocarse las caras…
Con una flexión de su poderosa cola, la sirena saltó desde la roca desde dónde estaba, nadando entre los bancos de algas de la costa, buscando las profundidades oscuras y silenciosas, donde pudiera acallar el dolor de su corazón.

lunes, mayo 16, 2011

Tres colores

Verde.
 
Pinos marchando marciales a ambos lados del camino. Eucaliptos formados por todas partes, inhiestos, orgullosos de su altura, de su crecimiento. Manzanos, sauces, castaños, todos mostrando el color de la primavera en sus hojas nuevas, en sus brotes, cubriendo la tierra y la montaña. Helechos nuevos que aparecen entre las arboledas, con sus hojas abiertas y cerrando la luz del sol al suelo bajo ellos. Oscuras enredaderas que suben al cielo. Verduras, grelos, maíz, el fruto del trabajo del hombre y la mujer creciendo en parcelas cerca de casas y caseríos, a veces verás aldeanos trabajando en ellas, agachados y como pequeñas hormigas obreras en la lejanía. Grandes pastos y praderas, alimento de vacas y caballos, que aparecen en el fondo de los valles y en las faldas del monte.

Negro.

Túneles que horadan la montaña, permitiendo que me acerque cada vez más a ti. Un grajo que recorre el aire, atravesando el verde de fondo como una nota de color fugaz y rebelde. Pizarra en los techos de las casas, casas antiguas, casas en ruinas o habitadas, formando pequeños pueblos o aisladas en medio del monte, en medio de los prados, en medio de los arboles, ves caminos perdidos que conducen a ellas. La montaña que se desgaja al cruce del camino, heridas apuntaladas con hierro para que no se cierren, ofreciendo miles de tonos grises y negros, marcados por los regatos y manantiales que brotan de la tierra.

Blanco.

El brezo que salpica la sierra, apareciendo aquí y allí, en grupos o aislado, sus pequeñas flores destacando como un aviso sobre el uniforme color del monte. De vez en cuando se ve un tocón, un árbol muerto cubierto por liquen, abriendo un claro en el mar esmeralda que recorre nuestra vista. La línea blanca que me marca el camino hacia el encuentro con tus labios…

Y el mar, azul, lejano…

sábado, mayo 14, 2011

Fuego en la lluvia

Siguieron hablando durante toda la noche, desnudos y abrazados en la cama de él. Habían alcanzado un grado de intimidad tal que los silencios eran a veces más elocuentes que las palabras, las caricias más expresivas que las declaraciones de amor. Hablaron durante horas, mientras el tiempo pasaba lentamente, mientras la noche se convertía en madrugada, hasta que se durmieron con las primeras luces del alba, ella con su cabeza apoyada en el pecho de él, acunada por el rítmico y poderoso latir de su corazón.

Se habían encontrado por casualidad la tarde anterior, en la estación de autobuses del pueblo, él llegando de la capital donde trabajaba de lunes a viernes, ella tomando un coche hacia su casa, en las afueras del pueblo. Se habían reconocido casi al instante, y la vieja atracción había renacido, avivando brasas antiguas y poderosas. Esa noche la habían pasado en un hotel en los suburbios, incapaces de contenerse y deseosos de intimidad. Las viejas bromas habían vuelto a surgir, una excusa para acercarse el uno al otro, un pretexto que les ayudó a besarse la primera vez, y la segunda y la tercera…

Clara despertó unas horas después, con el cuerpo dolorido por la noche anterior, y sola. Buscó con la mano y con la mirada su presencia en la cama, y sólo pudo captar el leve olor de su cuerpo, algo más intenso en la almohada. Comprendiendo que él se había marchado, Clara se abrazó a la almohada, aspirando de nuevo su aroma mientras las lágrimas caían sobre el tejido…

Él, mientras tanto, caminaba por el pueblo, incapaz de dormir, de acallar su corazón ante el cuerpo dulce y hermoso de Clara; había salido de la habitación para dejarla descansar, una vez que había comprobado que el sueño le rehuía cuando estaba con ella, deseoso de grabar y retener cada momento. Los leves movimientos de su cuerpo, los ligeros espasmos que la sacudían antes de dormirse profundamente le habían parecido demasiado preciosos como para estropearlos con su presencia en esa estrecha cama de hotel barato.

Se volvieron a encontrar en el desayuno. Clara vestía un sencillo un pantalón vaquero y una camisa a juego con sus ojos azabache, él con el sueño aún pegado a sus pestañas y el corazón galopando al ver su belleza. Después de desayunar salieron de la mano a recorrer la zona, subidos en el coche que él había alquilado el día anterior. Pararon en una playa escondida, donde pasearon abrazados durante largo rato; el permanecía en silencio, observando el mar, pensando en las horas que habían pasado juntos, en las horas que les quedaban, al mismo tiempo que era consciente de su cuerpo a su lado, del calor de su piel, del roce de sus labios cuando se besaban…

viernes, mayo 13, 2011

Mezclar las drogas con los besos...

Camino por la orilla, descalzo y sin ropa, dejando huellas en la arena que la marea se encarga de borrar. No sé de dónde vengo, ni a dónde voy. Las olas me llaman, el blanco de su espuma rompe el azul infinito y la cascada de verdes. Me adentro en ese mar desconocido, bravo, marchando por una playa de aguas frías y calientes.

Te observo en la cama, descalza y sin ropa, tus manos ligeramente echadas hacia atrás, en una postura hermosa y lasciva a la vez. Mis manos recorren tu piel, dejando estelas de deseo en tu espalda, caminos de dicha en tu vientre, mientras mis besos se pierden en el océano de tu boca, chocando repetidas veces contra tus labios.

Mis piernas luchan contra la resaca, pugnando por adentrarme más y más en la llanura de agua que tengo ante mí. La fuerza de las olas choca contra mi vientre, y me giro para recibir su golpe en la espalda, protegiendo mi pecho y mis ojos. Al girarme te veo a lo lejos, sentada en una de las rocas de la playa, mirándome…

Observo cómo se curva tu cuerpo ante los avances del placer, urgiendo a mis manos, a mi boca, para que se apresuren, para llegar a la cima lo antes posible. Te veo cerrar los ojos, centrarte en las sensaciones que inundan tu cuerpo, sentir la electricidad que recorre tu espina dorsal, susurrar mi nombre con asombro… y mi mundo se hace añicos ante el sonido de tu voz, reconstruyéndose en el segundo siguiente gracias a tu aliento…

El mar cubre ahora mi cuerpo, su enorme poder me levanta y me hace salir a la superficie en cada embestida. Me bamboleo con cada ola, como en un enorme vientre materno, y pienso que no saldría nunca de ahí, de esa agua fría y en movimiento, que me rodea y quiere atraerme.

Te veo a lo lejos, de pie, con la toalla esperando, y sonrió. Porque estás ahí, entre dos mundos, paciente, viendo como retoza el niño que hay dentro de mí. Y sé que al volver a la orilla me ofrecerás tu abrigo, tu calor y tu boca, y yo solo podré susurrarte “gracias”, mientras mi corazón busca un lugar en esa playa, en ese mar, para quedarse y poder verte de nuevo.

miércoles, mayo 04, 2011

¿Merece la pena soñar?

Estamos sentados en el restaurante, no lejos de la playa. Desde mi ventana veo cómo las olas se levantan con cada vez más furia, y pienso en el camino de vuelta al pueblo y en cómo llegaremos al hotel. Mientras, escucho como ella habla con el camarero, pidiendo vinos y una pequeña selección de platos. A pesar del tiempo que llevamos juntos aún me maravillan sus cambios de entonación: la voz que pone para hablar con extraños no tiene nada que ver con la voz con la que me habla a mí, o con la voz que tiene cuando estamos solos, con el tono que tiene cuando esta triste o melosa…

Ha terminado de hablar con el camarero, y vuelve sus ojos hacía mi. Veo cómo se ilumina su cara, e instantáneamente se me dibuja una sonrisa de felicidad en la cara. Esa misma sonrisa que tenía cuando empezamos a salir, cuando hablábamos de nuestras cosas paseando por el jardín del Retiro, en aquellas calurosas tardes de fin de semana, compartiendo el mundo con palomas, ardillas, ciclistas, patinadores, vendedores de frescor o azúcar... La misma sonrisa que surgía en mi cara mientras ella me tomaba la mano en el cine, o se agarraba a mi brazo cuando tenía susto. La misma sonrisa, en fin, que aparece en mi rostro cuando ella me dice: “no me mires así”.

La tarde ha ido avanzando, al mismo tiempo que nuestro almuerzo. Hemos hablado de muchas cosas. Estos días han sido especialmente fructíferos en eso, hemos hablado largo y tendido de muchas cosas. Otras muchas quedaron fuera, las más veces por mi timidez, otras porque no era el momento adecuado, otras, simplemente, porque no surgieron. Es curioso que podamos hablar de casi todo, pero hay temas que nos cuestan, tal vez porque pensamos que molestarían al otro, que nos odiaría; queremos protegernos tanto, que a veces olvidamos que los dos somos adultos, y que lo importante de nuestra relación es que nos apoyamos, que nos complementamos mutuamente, muchas veces de tal manera que podemos tener una misma línea de pensamiento…

Con el postre han desaparecido muchas incomodidades, posiblemente el vino ha sido el responsable de que le haya besado la mano, o que nuestros labios se hayan encontrado varias veces entre plato y plato. Una lujuriosa torta de chocolate se nos presenta, en plato único y dos cucharas, para compartir. Nos miramos con incredulidad ante el tamaño, aunque los dos sabemos que nos la terminaremos, quejándonos falsamente de la cantidad, pero contentos de poder extender esta complicidad un poco más con una taza de café.

El sol está comenzando a ocultarse cuando llegamos a la playa. El cielo plomizo no promete grandes espectáculos de luz, aunque las nubes se retiran, la temperatura es suave, y no hace viento. No hay nadie en la playa a esta hora. Me quito los zapatos para poder sentir la arena en mis pies, mientras ella hace lo mismo, acompañándome aunque le incomode ir descalza. Caminamos de la mano, disfrutando el momento; al poco, paso mi brazo por su cintura mientras ella hace lo mismo, bromeando con mi circunferencia. Hemos tomado una manta del coche, y la usamos para poder sentarnos en la playa al mismo tiempo que nos arropamos con ella, mirando cómo las olas se levantan, y la espuma llega hasta nosotros atrapada en la brisa marina que comienza a levantarse. Empieza a hacer frio, y nos abrazamos el uno al otro bajo esa manta, viendo como las primeras estrellas salen para nosotros, y pensando qué será de nosotros el día de mañana.

domingo, mayo 01, 2011

Después de todos estos años...

“La idea de este blog es ser un repositorio de ideas, comentarios, chascarrillos y demás neuras que se le ocurren a un español perdido en Chile; no sé qué es lo que va a salir. No creo que escriba todos los días, así que tampoco espero que me lea nadie, lo que es una ventaja.”


Me equivocaba cuando escribía esas primeras palabras. Sí, me ha leído gente, mucha más de la que yo esperaba. Y estoy agradecido por ello. Más aún porque en la lectura me han acompañado durante un instante, han sido parte de mí.

A veces empezar algo es encontrarse con una cosa totalmente diferente cuando echas la vista atrás. Hace más de cinco años comencé a escribir pensamientos, ideas que se me ocurrían, en un formato que entonces se había puesto de moda, el blog. Lo abandoné varias veces, lo reintenté otras tantas. Y sólo parece que ha fructificado cuando se ha convertido en el repositorio no de chasquarrillos y comentarios, sino de mis neuras y sentimientos más profundos en forma de relatos, de cortas historias.

Cinco años han dado para más de 100 entradas, varias botellas caídas en el camino, un matrimonio, un hijo, muchas lágrimas, otras tantas risas, amigos nuevos y amigos viejos... Y hoy siento que he llegado al final de un ciclo.

Estos años me han hecho cambiar de formas que no hubiera sospechado, y en las entradas de este blog se ha visto la evolución de mi vida. Muchas cosas han sido escritas, muchas sensaciones. Aún hoy, releer algunas de las cosas que he escrito significa que me broten las lágrimas, tan fuertes son los sentimientos que hay en ellas.

Ahora empieza un nuevo ciclo. Nuevas/viejas historias, nuevos/viejos personajes, las mismas neuras contadas de forma diferente. Espero que sigan ahí, para escucharlas al calor del fuego, con una persona amada al lado, y la mente abierta para disfrutarlas.