martes, junio 24, 2014

Fin de curso

Leía el otro día un artículo en el periódico sobre Salou, al parecer convertida en la ciudad preferida por los alumnos de 4º de ESO para celebrar el fin de selectividad, y vinieron a mi mente las imágenes de mi propio viaje, ya hace tantos años. Entonces Salou ya tenía su fama, era un centro de verano en la Costa Brava, con muchos hoteles, apartamentos, algunas discotecas, muchos bares enfocados a la clientela británica, supermercados…

Eramos un grupo de lo que entonces se llamaba COU. No habíamos terminado la selectividad, ni íbamos solos como los chicos de ahora; con nosotros vinieron la profe de física y el de inglés, el preferido de las chicas del instituto. Era el viaje de fin de curso, por el que habíamos estado trabajando todo el año, vendiendo bocadillos, haciendo fiestas en el gimnasio… Un largo viaje en tren desde Madrid para llegar y disfrutar de unos pocos días de sol, playa, amigos, discotecas...

Muchos recuerdos de ese viaje. La marcha nocturna a Tarragona, a la discoteca; la tarde en mi habitación tocando la guitarra, los desayunos comunales en la habitación de las chicas, sentados en la playa con el parka puesto, el mar elevando mi cuerpo, las voces en el rompeolas, las quejas de los vecinos por el ruido…

El profesor de inglés enfermó, no recuerdo si fue real o simplemente para darnos algún tipo de lección. Estábamos todos preocupados, no sabíamos qué hacer. Asomados a la puerta de su habitación, recuerdo haber oído a Mar decir “Y si se muere, ¿nos devuelven el dinero?”.

De ese viaje siempr me viene a la memoria otra anécdota. Ocurrió en el único apartamento mixto que había, en la que estaba uno de los guapos del grupo, Alberto, luego cantante en un grupo famoso en el que lleva muchos más años de los que parece. Alberto iba con su guitarra, a primera hora de la mañana (debía ser mediodía, por tanto) pasando delante de uno de los dormitorios de las chicas cuando se escuchó una voz desde dentro, “Alberto, pasa y tocanos algo”. La calenturienta y rápida mente de chavales adolescentes, con las hormonas en ebullición, hizo el resto.

Qué rápidos han pasado estos años. Ya Pedro no se pone el sujetador de una compañera con unas naranjas para celebrar su cumpleaños, ni Ana muestra su bikini por los pasillos del hotel. No sabe igual el desayuno, ni el mar es tan cristalino como lo es en mis recuerdos, aunque las risas siguen sonando con la misma fuerza de entonces.


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