jueves, mayo 16, 2013

Sala capitular

A unas pocas leguas de la intersección del camino real con el ramal que conduce a Algerna, medio escondido entre unos tojos milenarios, el viajero errante se encontrara con un sendero olvidado, unos rodales que apenas se mantienen en la actualidad por el paso de los carros que se dirigen al viejo molino y que el bosque comienza a reclamar como suyos.

Por esta vereda llegaremos en un par de horas al molino de Salvadurillo, una robusta construcción centenaria sobre el arroyo del mismo nombre. El molinero, un hombre mayor, siempre se mostrará amable con el caminante y le volverá a poner en la senda correcta, no sin antes haberle invitado a un vaso de vino y un rato de conversación amistosa.

Si el viajero es dado a las soledades, dispone de tiempo y no le arredran los parajes montanos, puede continuar más allá del molino, siguiendo un sendero que poco a poco se convierte en una pista angosta y cubierta de arbustos, apenas una trocha marcada por el paso de los animales del monte, que se interna en las primeras estribaciones de la sierra de la Culebra.

Tras unas horas de camino entre quejigos y algunos tejos desperdigados, llegaremos a un viejo puente románico, olvidado de todas las guías pero aún fuerte y recio, que nos ayudará a cruzar el Salvadurillo, que en este tramo viene crecido por la afluencia de otros regatos con la naciente en la cercana sierra. Desde el puente, mirando hacia el sol poniente, distinguirá el peregrino una cruz entre la maleza, resto de lo que fue un humilladero, ahora cubierto de zarzas y ortigas, que señala el cruce con otra vía, que ahora apenas se adivina. Tiene esta cruz un relieve apenas visible, pero que muestra un hombre alado con lo que parecen ser cuernos en la frente…

Si, intrigados y con deseo de resolver el misterio, nos adentramos entre helechos y espinos, al cabo de media legua hallaremos las ruinas de un antiguo convento, en el interior de un pequeño claro rodeado de pinos y robles, y marcado por un inmenso ciprés en un lateral de la entrada a la iglesia conventual. Es el antiguo convento de las Hermanas de Santo Ángel, que antaño perteneciera al obispado de Tallero y cuyos terrenos, con la desamortización, pasaron a manos de los duques de Paldós hasta la desaparición del linaje y la revolución del 36.

Sus muros recuerdan la situación de habitaciones, cocinas, una pequeña escuela junto a la hospedería, el refectorio, las cocinas, que contaban con una alta chimenea de obra que aún mira al cielo, un extenso jardín ahora reconquistado por las malas hierbas y el bosque bajo… El viajero que, perdido ya su camino, haya llegado a estos lugares encontrará estos muros cubiertos de hiedra y agujeros, los techos caídos o derrumbados por las inclemencias del tiempo, algunos restos de ventanas en los muros, la iglesia profanada y con restos de hogueras apagadas hace muchos años y el interior del claustro lleno de malas hierbas y piedras.

En el terreno de alrededor se encuentran algunas estatuas, ya convertidas en polvo o trozos por el tiempo, que el viajero encontrara al menos curiosas para un lugar de reposo y espiritualidad.

Volviendo al molino, el caminante curioso preguntará al buen molinero por esas ruinas, y el significado de la cruz. El paisano, deseoso de conversación, seguramente le hablará de las Hermanas del Santo Ángel y su historia. Si dispones de un momento, amable lector que hasta aquí nos has seguido, te contaremos este curioso relato.

lunes, mayo 13, 2013

No dejes que se vayan

Partidos de fútbol en el recreo, aquellos tercero contra cuarto, cuarenta chavales y una pelota en un descampado… El primer baile agarrado, tieso y nervioso, sintiendo el olor de la chica y su calor tan cerca, tan cerca… El mar cristalino y cálido, la sensación de que tu cuerpo quiere subir hacia arriba, que quiere perder la verticalidad… La brisa en lo alto del cerro, refrescando un sudor honrado, producto de una subida hecha a fuerza de querer llegar, de ver desde arriba… Un bocata de calamares en El Tres, con una caña de cerveza, pagado con el dinero que ganas tú… Asomarse al mar en un acantilado, sentir el viento empujándote hacia tierra y las gaviotas volar por debajo de ti… Un rato con los amigos, risas y comentarios, ver, observar, disfrutar, sentirse parte de algo… Observar un rostro querido mientras duerme y acariciar su piel, sabiendo que al despertar dirás “te quiero” y ella sonreirá…

Son buenos momentos, momentos que se atesoran en la memoria. Cuando la memoria falla, entonces hay que hacerlos visibles en otro lugar, para que no mueran, para que lo que sentí entonces no desaparezca…

Por eso escribo.

lunes, mayo 06, 2013

Como el agua y la arena

Me esperaba en la habitación de aquel viejo hostal, durmiendo en la cama. No me sintió llegar, mis pasos silenciosos me acercaron a ella. Permanecí unos instantes observando su rostro, sereno, tranquilo, lejos ya la preocupación y la ansiedad que la dominaban cuando la conocí. Teniendo cuidado de no despertarla al apoyarme en el colchón me agaché y comencé a acariciarla…

Reaccionó al tercer o cuarto beso, abriendo sus ojos tristes, adormilada aún, mientras yo seguía besando su cara, su cuello, sus labios… Poco a poco entró en el juego, echando sus brazos alrededor de mi cuello y devolviendo mis caricias al tiempo que me ayudaba a quitarme la camisa.

Poco después estábamos desnudos bajo las sabanas, a cubierto de los mosquitos gracias a un antiguo aparato de aire acondicionado, que nos libraba tanto de las picaduras como del agobio de la noche tropical. Desnudos nos acariciamos, desnudos nos besamos, su aroma a tabaco y cerezas me intrigaba y al mismo tiempo me fascinaba, haciendo que mis labios recorrieran su cuerpo buscando el origen de ese perfume….
En un momento dado se subió encima de mí, su cuerpo joven y suave apretando mi hombría, dura y deseosa. “Quieto” me dijo, con cierta impaciencia, cuando traté de alcanzar sus pezones con mis manos, y yo la obedecí. Comenzó entonces a moverse rítmicamente, hacia delante y atrás, mientras entrecerraba los ojos. Yo podía observar cómo se iba excitando poco a poco, sus pechos se endurecían, sus pezones se marcaban, sus gemidos aumentaban…

Entonces me di cuenta que me usaba para su placer, empleaba mi cuerpo para obtener goce y disfrute, no le importaba si era yo o cualquier otro. Es ese momento no valían para nada los paseos, las caricias en el bar, los besos en el bosque, los murmullos y susurros, nada… Y me pregunté quién ofrecía realmente su cuerpo, ella o yo…

miércoles, mayo 01, 2013

Niña de piedra

Lo primero que llama la atención es la paz. Tus oídos acostumbrados a los ruidos de la naturaleza, sea campestre o urbana, enseguida clasifican esa tranquilidad como ausencia de ruido. Sin embargo, conforme se habitúan al nuevo entorno te das cuenta de que en realidad no hay tal silencio, que hay cantos, golpes, susurros, el sonido del espacio moviéndose….

La tempestad les había cogido por sorpresa. Habían salido a un tranquilo día de pesca y ni siquiera habían tomado la precaución de mirar las previsiones del tiempo. En esa época del año eran frecuentes las tormentas repentinas, el mar acumula tanta energía que de pronto inmensas torres de nubes comienzan a descargar agua y viento, rayos, tornados... Pequeñas embarcaciones como la suya apenas tienen alguna oportunidad.

Lo siguiente de lo que te das cuenta es la luz. No es cierto que este oscuro, que no haya luminosidad, que todo sea negro sobre negro. No. Al principio claro, como con el sonido, tus ojos no son capaces de distinguir nada, pero cuando te haces a la nueva situación puedes ver puntos de luz tan tenue, tan tenue, que primero piensas que son imaginaciones tuyas. Luego, aparecen más formaciones y trazos luminosos, hasta que te das cuenta de que hay muchas más estrellas que en el cielo…

Aunque Miguel era un avezado marino la furia de los elementos le pilló sin preparación. Cuando vio la lluvia espesa y la altura de las olas maldijo esas botellas de cerveza que se había tomado, inconsciente. Sus reflejos no eran los mejores, y a pesar de que la adrenalina llenaba sus venas, apenas pudo hacer algo más que poner los chalecos salvavidas a la pareja que le había arrendado el barco y llamar por radio antes de que el mar se le viniera encima…

Tampoco es cierto que estés solo. Ya cuando eres capaz de percibir luz y sonido esa sensación se pierde. Algo debe haber ahí que haga todo eso, piensas. Y mientras estás cavilando sobre ello sientes como eres observado por otros seres. Es esa vieja sensación que todos tenemos cuando alguien nos mira fijamente durante un rato, un erizar de cabellos, una intranquilidad, algo que nos avisa que tenemos compañía…

Apenas llevaban unos días casados. Se habían conocido en un concierto, gritando y saltando, y en semanas ya estaban viviendo juntos y planeando un futuro. Pocos meses más tarde él había reunido el valor suficiente para pedirle un compromiso que ella estaba deseando que le pidieran. Fue una boda sencilla, con todos los parientes comentando la buena pareja que hacían, como en todas las nupcias, y esos días en el pueblecito pesquero eran su luna de miel.

A Miguel el mar le devolvió a los tres días, envuelto en algas, pero de los otros dos pasajeros nunca más se supo. Con el tiempo pasaron a engrosar el listado de desaparecidos en el mar, y hasta sus parientes los olvidaron. Una pequeña cruz de granito en la base del acantilado los recuerda, un recuerdo ya desgastado también por las olas, una memoria siempre en lágrimas…

Es ella. La veo llegar hasta mí y pienso en lo hermosa que está, su cabello ondulando, esos ojos verdes que me llaman…