martes, julio 10, 2012

En la mar...

Cuando viajas en cualquier tipo de vehículo es más fácil fijar la vista en objetos que se encuentran lejos de tí que en aquellos que se hallan más cerca de la ruta que llevas. La velocidad a la que te mueves también influye en la distancia a la que puedes acomodar la vista sin problemas. Algo parecido pasa con la mente de algunas personas: cuando más lejano es el recuerdo, más nítido aparece, mientras que la memoria de lo que ha sucedido hace un instante es vaga e imprecisa.

El viejo marinero era una de esas personas. En ocasiones era incapaz de recordar lo que había pedido hacía unos minutos al tabernero, y sin embargo podía rememorar con todo lujo de detalles su primer viaje a las Américas, o aquella vez en que se enfrentó a tres rusos por el amor de una mulata. Permanecía el hombre largas horas sentado en un banco de la taberna, en un rincón cerca de la chimenea, observando el trajín del puerto a través de una sucia ventana, ensimismado en sus recuerdos hasta que una voz lo sacaba de sus pensamientos y le hacía volver a la realidad. En ocasiones incluso le costaba enfocar la mirada en su interlocutor, tan densas eran las nieblas de su memoria...

Habían llegado a puerto en una mañana clara, aprovechando la marea para poder fondear al lado de un atunero que zarparía en unas pocas horas. Llevaba en el bolsillo la paga de varias semanas, y el dinero le quemaba en las manos. Un marino joven y sano, sin familia, con un puñado de billetes en su poder, era un tremendo imán para muchas de las muchachas del pequeño pueblo pesquero, y tenía la intención de aprovecharlo. Vino, juego y mujeres hasta que volviera al barco...

El viento soplaba con fuerza, levantando muros de espuma blanca que saltaban por encima de la borda y calaban a los compañeros con un agua fría e hiriente. Amarrado a uno de los ganchos, intentaba destrabar la grua principal. Tanto la rueda como el cable que corría por ella se habían congelado, formando una roca de hielo, acero y grasa, que él intentaba romper usando un martillo y un escoplo. Los movimientos del barco, a merced de los vientos de la tormenta a pesar de los esfuerzos del patrón, y zarandeado por las olas a cada instante, no ayudaban en nada a su labor. Con una mano se limpió el rostro de agua, que le corría por el ala del sombrero impermeable, y se dispuso a dar un nuevo golpe a la masa helada...

Sentía como su corazón volaba como las gaviotas siguiendo la estela de los barcos. A pesar de los abrazos de amigos y conocidos, de las bromas un poco picantes de los compañeros del Alba del mar, la mayor parte de su mente estaba concentrada en el tacto de su mano, en la calidez y suavidad de su piel, en el olor fresco y limpio de su piel cuando le dio el primer beso, en los ojos del color del mar poco profundo, cuando el sol lo ilumina al mediodía...