jueves, mayo 31, 2012

Hoy


Hoy, mientras caminaba despacio hacia el parque, como de costumbre, para pasar las horas en mi banco favorito hasta que las cigüeñas regresaran de las eras, me encontré con un grupo de esos que llaman ahora manifestantes, y a los que en mis tiempos se les decía comunistas o cosas peores, golpeando ollas y cacerolas, tapas y botes, haciendo sonar silbatos y tracas, produciendo un ruido que se sentía desde el otro lado de la plazoleta, sentados, saltando, corriendo, gritando frente a una sucursal bancaria, una de ese banco que ahora sale tanto en las noticias, de los que hace que mi hijo se enfade mientras vemos las noticias después de comer, que parece que ahora los bancos no sirven para dar dinero sino para que se lo demos, y yo le digo que siempre ha sido así, y el pobre me mira con esa expresión suya, mitad pena mitad rabia, antes de decir aquello de “usted no se entera de nada, padre”, letanía que repite cada vez más, y yo no me entero de nada, y me voy al parque como todas las tardes, y paso delante de unas treinta personas, ilusionadas con cambiar un sistema que se hizo para no cambiar, y mi mirada se va a los cuatro coches y tres motocicletas de la policía y otros agentes de la autoridad, rodeando a esos pocos ilusos, para que no se salgan de madre, no vaya a ser que rompan algo, que se quebrante el orden público, que consigan algo que no deban tener…
En mi banco, viendo como las cigüeñas regresan de las eras, y antes de irme a cenar, me preguntó cuándo se nos fueron las ilusiones a la mierda y nos las encorsetaron de azul y porra…

sábado, mayo 26, 2012

Espuma blanca


Llegamos al salar al tercer día tras la tormenta. Aunque su blancura era evidente mientras descendíamos de las montañas, sólo al irnos acercando nos dimos cuenta de la magnitud de sus dimensiones: el inmenso depósito, creado por Helios al desecar un gran mar interior, tenía más de tres mil kilómetros de largo y deberíamos cruzar casi dos mil antes de ver su final, por la parte más estrecha. Los rayos del sol de la mañana nos hubieran dejado ciegos si no hubiéramos protegido nuestros ojos con unas gafas oscuras.

Los límites del lago salado eran el final de nuestra escolta. A partir de ahí nos tendríamos que valer por nosotros mismos, sólo protegidos por un pedazo de papel en el que se encontraba el sello del Alto Consejo de Kadath, un salvoconducto que nos serviría de bien poco si nos encontrábamos con bandidos o algo peor. A pocos kilómetros del terreno muerto y salado había un pueblo, apenas una docena de casas situadas alrededor de un pozo, el último manantial de agua dulce que encontraríamos en varios días.

Cambiamos nuestro vehículo, poco adaptado a las condiciones de las carreteras de sal, por un trineo especial; en realidad era un vieja cabina de ferrocarril montada sobre unos esquíes de acero y con un motor de turbina como propulsor. Un gran depósito de agua generaba una delgada película líquida sobre la que los esquíes se deslizaban, asegurando así velocidades muy elevadas, para lo que el terreno permitía. En condiciones ideales cruzaríamos el desierto en cuatro o cinco jornadas. Este tipo de máquinas se oxidaban muy rápido en ese ambiente extremo, por lo que no había seguridad en salir vivos del intento.

Pandora no había dicho nada desde nuestra conversación aquella mañana. Parecía más taciturna, como si el sueño que le conté le hubiera levantado antiguos temores. Yo la observaba a escondidas, mientras se cepillaba el pelo por las mañanas, mientras recogíamos nuestros enseres tras la acampada de la noche… Esa mujer y yo habíamos pasado momentos muy duros en el camino, habíamos dormido juntos, compartido piel y deseo, pero nunca había dejado que entrara en su mundo, siempre encontraba una barrera, un muro que me hubiera impedido conectar con su interior si hubiera querido… A veces, pensaba que éramos dos extraños que compartían un mismo destino y las incomodidades del viaje.

Nuestro común compañero seguía igual de adusto y taciturno como cuando lo conocí en los salones del Consejo. Había guardado su capa gris en su zurrón apenas bajamos del límite de las nieves perpetuas; debajo llevaba una gruesa casaca de cuero negro que le protegía de las inclemencias, así como le servía de armadura en caso de necesitarlo. Sin embargo, en las calientes planicies de sal el cuero no era una buena idea. La mañana de la partida nos sorprendió apareciendo con una camisa gris de lino, y protegido por un turbante negro del mismo material; su pecho ancho y velludo pugnaba por salir de una camisa que, obviamente, había pertenecido a un hombre de talla inferior, hecho que alegró la vista de las pocas mujeres que nos vieron partir esa mañana del manantial. Marhú no era un hombre que hiciera las cosas sin pensar, por lo que yo esperaba que tuviéramos un viaje tranquilo, ya que nuestro guía se blindaba con una tan escasa protección.

lunes, mayo 21, 2012

Cuando dibujo tu retrato


Cuando era pequeño, creía que el viento me hablaba. Pero era tan tenue o tan rápido, que no lograba entender su mensaje. A veces pensaba que me hablaba en un idioma extraño, en un lenguaje que tenía que aprender, que descubrir, y deseaba hacerme grande para poder entender esas voces. Con los años, el aire y yo dejamos de hablarnos y yo intenté aprender y comprender el idioma de mis congéneres, hasta que, harto de su violencia y mezquindad, decidí apartarme de la sociedad y venirme a vivir a esta casa en medio del campo.

Aquí he estado los últimos treinta años, levantándome con el trinar de los pájaros y acostándome con el ulular de los búhos. El repiqueteo de las gotas de lluvia en el cristal, los zumbidos de los insectos en el verano, el grito del halcón en la serranía, los ladridos de mi perro cuando sale en persecución de un conejo, son la música que escucho, la conversación que tengo día a día, el sonido de mi mundo…

Me llaman Juan el Loco pero no soy un ermitaño o un alunado. En mi casa recibo visitas, aunque cada vez menos, y desde el pueblo me llegan noticias y víveres con regularidad. El cartero se pasa cada quince días, para dejarme la correspondencia (libros y alguna que otra carta de amistades distantes), y para poder charlar un poco de política. El cura vino mucho al principio, preocupado por mi salud o por tener un posible competidor, pero cuando vio que no iba a abrir un negocio como el suyo, dejó de venir seguido y ahora sólo aparece cuando se acerca la Pascua, para pedirme permiso para cortar ramas de mis olivos.

Cuando tengo necesidad de una mujer, o de compañía de calidad, voy al pueblo a visitar a Aurora y allí encuentro sosiego y tranquilidad. No necesito más.

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Juan viene dos o tres veces al mes, aunque pueden pasar varios meses sin verle el pelo. No tiene mujer, y nadie en el pueblo quiere vivir tan alejado, por lo que yo soy lo más parecido a una hembra que puede conseguir sin cambiar sus costumbres.

Una está acostumbrada a tratar con todo tipo de personas, llevo más de veinte años en este pueblo, desde que vine para trabajar para Luciana la andaluza y luego me quedé su negoció cuando se jubiló. Por la cama de la portuguesa han pasado casi todos los hombres del pueblo, incluso alguna mujer que quiso vivir una fantasía prohibida, pero pocos como él. La primera vez que vino me pareció un tipo muy extraño: el pelo largo, enmarañado, barba sin cuidar, vestido con un pantalón gastado y una camisa que había visto mejores días. Sin embargo, venía limpio como pocos, fue amable conmigo, conversó antes de que fuéramos a la habitación, no tuvo prisa, se preocupó por mi placer, no se marchó corriendo ni avergonzado…

Desde entonces cada vez que le veo aparecer por la puerta de mi casa le tomo del brazo y me lo llevo a la cocina, a tomar una copita de anís y a que me cuente de su vida. Muchas jornadas hemos visto amanecer en el mismo lugar, conversando, recordando, compartiendo nuestros ratos. Es la única persona en los alrededores que conoce mi nombre: Aurora.

jueves, mayo 17, 2012

Sólo seré una sombra


Las Guerras Olímpicas no solo fueron el último gran enfrentamiento entre las razas de los hombres y los dioses. También causaron un gran cambio en la forma de la vieja Europa, consecuencia de las luchas y artimañas de cada bando: el mar Mediterráneo se convirtió en un gran lago cuando Poseidón decidió cerrar las Columnas de Hércules para evitar la salida de las flotas humanas. En una de las fases de la guerra, cuando los dioses habían decidido quebrar la resistencia de los mortales por el hambre y la sequía; con ese fin, pretendieron modificar el clima mundial, desviando el curso de varios ríos en Asia para crear un gran mar interior. Una de las primeras “armas del Holocausto” fue la responsable de la aparición de un desierto en plena selva africana, miles de hectáreas en las que no florecía ni arraigaba vida alguna, por toda la eternidad…

El conflicto también fue el causante de un cambio en el equilibrio de poder entre las familias divinas. Varios de los dioses más antiguos y poderosos murieron durante las batallas con los hombres, y el vació causado fue llenado por otros poderes aún más antiguos, que habían quedado relegados a un segundo plano por los dioses más jóvenes y fuertes.

De los primeros en caer fue Ares, el dios de la guerra, violento y sediento de sangre, cuya impaciencia en los llanos de Panonia le hizo quedar aislado entre algunos de los mejores ejércitos de la humanidad; los restos de su espada y su escudo fueron distribuidos entre los miembros de la alianza humana, como prueba de que los dioses podían ser humillados y derrotados. Varias ciudades fueron destruidas en represalia, cuando Cratos descendió a la Tierra en busca de esas reliquias, por orden de Zeus.

Con sus tres hermanos, el guardián de los Titanes masacró gran parte de los territorios humanos, hasta que una alianza de gigantes y magos, liderados por un misterioso hombre sólo conocido como Prometeo, consiguió emboscarlos y derrotarlos en las montañas del Cáucaso.

Muchos fueron los dioses que cayeron en la contienda, millones los seres humanos que perdieron la vida contra ellos. Sin embargo, ninguno de ellos podía suponer siquiera que estaban preparando el regreso de uno de los seres primigenios, dotado por primera vez de un poder que podía rivalizar con el de aquellos que le derrotaron y condenaron a la oscuridad del Tártaro. Cuando se firmó el tratado de paz entre divinidades y mortales, Thanatos ya caminaba libre por la faz de la tierra…

domingo, mayo 13, 2012

Saudade a dos


Sentados frente a frente terminan su almuerzo, conversando animadamente mientras Lisboa se va despejando de las nubes que han cubierto su mañana. Recuerdan el paseo por el centro de la ciudad, casi vacía en comparación con aquella otra de la que ambos provienen, ese aire fresco y al mismo tiempo decadente que tienen sus piedras. Hablan de las sensaciones que los viejos barrios han levantado de nuevo en sus corazones, y poco a poco, la conversación deriva hacia ellos mismos, hacia sus miedos y sus esperanzas. Él habla del hogar que dejó atrás, del trabajo, del tiempo invertido en el éxito profesional, del vacío de su vida personal. Ella de la familia perdida, de los amigos que no ha visto, de los sentimientos que ha vuelto a encontrar. Lentamente, sus manos se buscan, se tocan y acarician, como si tuvieran vida propia al inicio, conscientemente después. Él busca sus hermosos ojos verdes mientras ella se pierde en la profundidad de su mirada. Fuera, Lisboa envejece a ritmo pausado...

viernes, mayo 04, 2012

Dientes en el alma


Podría ser una tormenta nocturna de verano vista a cámara rápida: las nubes crecen y se desarrollan a velocidad de vértigo, cambiando su forma y color de acuerdo con los caprichos del viento, mientras los relámpagos cruzan los cielos, iluminando la noche como si fuera pleno mediodía. Si escuchas con atención, el sonido de los truenos se asemeja a una voz, a palabras dichas con furia y poder, con el coro de las montañas como fondo…

Perseo dormía tumbado contra el derruido muro de una casa, en un poblado cerca de la frontera del Imperio Chino. Llevaban viajando varios días, y habían cruzado ya gran parte del camino que debían recorrer, y a pesar de que hasta ahora el trayecto había sido casi sin problemas, se sentía agotado. Habían llegado a ese pequeño pueblo, en las faldas de las Montañas Ciclópeas, buscando un lugar donde poder reponer sus reservas de agua, y la suerte les había sido favorable: el pozo del lugar aún mantenía un pequeño estanque de aguas claras y frescas, aunque no había nadie en los alrededores para conservarlo a salvo de las tormentas de arena.

Podría ser el fondo de un arrecife, durante una pleamar portentosa: las olas rugen desde el abismo, e incontables miles de toneladas de agua chocan contra las rocas, provocando miríadas de burbujas, que ascienden hasta la superficie. Si escuchas con atención, el sonido de esas burbujas mientras recorren y atraviesan los corales se asemeja a una voz, a palabras dichas con calma y serenidad, a pesar de la fuerza con que se expresan…

Estaba inquieto. En su duermevela Perseo se movía sin descanso, luchando por alejar a los fantasmas que le acosaban en su sueño. Pandora se encontraba a su lado, mientras Manhú hacía la primera guardia de la noche. Los ojos de la mujer no se despegaban de su compañero, tal vez escudriñando sus gestos, intentando descubrir contra qué o quién estaba luchando. Nada en su expresión o sus gestos permitía adivinar sus pensamientos. Al cabo de un rato, acarició la frente de Perseo con una mano fresca y suave, y los sueños del hombre se aquietaron, su respiración se calmó y descansó profundamente…

Podría ser la noche más oscura en el interior de una caverna sombría: no hay ninguna luz, ningún calor que puedas obtener de la fría tierra, sólo soledad y silencio. Sin embargo, si escuchas con atención, podrás entender sonidos que surgen del suelo, crujidos y murmullos cuando las grandes rocas se alinean y conversan entre sí, siseos de animales ocultos, el silbido de un viento gélido que no puede existir aquí abajo, palabras que se dicen para ser temidas y escuchadas…

El ruido del trueno aún reverberaba en las paredes negras de Kadath cuando Briseida despertó bañada en sudor. Un escalofrío recorrió su cuerpo, e instintivamente buscó una manta para cubrirse. Las brasas que permanecían vivas en la hoguera daban una cierta luz a la habitación, pero sus pupilas dilatadas tardaron todavía un rato en acostumbrarse a la misma. Estaba ciega. No importaba. Lo que el oráculo mayor había visto y escuchado no estaba entre esas cuatro paredes…

Se vistió deprisa y mandó llamar a un sirviente. Era urgente que el consejo de la ciudad tuviera noticia del mensaje que los dioses le habían enviado en sueños, de las tres palabras que había escuchados de sus labios divinos, pronunciada con temor, ¿con miedo tal vez?

Pandora ha despertado…

martes, mayo 01, 2012

Cuaderno de derrota


El viejo marinero paseaba su rostro arrugado y canoso por la playa, absorbiendo del  aire marino el poco salitre que necesitaba para vivir. Hacía años que estaba varado en tierra, y sólo estos pequeños paseos por la orilla de la mar le mantenían en contacto con lo que había sido su vida y su amor.

Caminaba despacio, moviendo trabajosamente sus cansadas piernas, dirigiendo la proa hacia la bodega del Maya, donde seguramente podría calentar sus huesos con un tazón de buen caldo. El patrón del bar, Ambrosio, había sido marino hasta que en un accidente en Terranova perdió el uso del brazo izquierdo, y desde entonces veía partir a sus viejos compañeros desde detrás de una barra de roble, fabricada con la cuaderna de su primer barco.

Cuando entró en la taberna había varios hombres abarloados contra la barra, mientras otros se protegían en las mesas del abrego que comenzaba a soplar en el exterior. El viejo se sentó en un extremo, intentando alejarse de un portugués aboyado, que daba tumbos de mesa en mesa mientras navegaba en su propia galerna. Ambrosio le sirvió un tazón de vino, en un cuenco de barro cocido, junto con unas aceitunas en un pequeño plato de porcelana.

Allí, atracado en buen abrigo, dejó el marinero vagar sus recuerdos, surcando entre ellos mientras el vino circulaba por su sangre y le alejaba la borrasca de la mente. Recordó sus primeras singladuras en un velero, uno de los últimos que hacía la ruta de las Américas; sus años en la marina mercante, recorriendo puertos en los cinco continentes, y luego la guerra y sus desgracias…