lunes, agosto 23, 2010

Algena, el escenario

Como muchos de los pueblos en esa época, Algena consistía en una calle principal a lo largo de la cual se colocaban las casas, y un par de calles laterales que llevaban a los centros neurálgicos de la localidad: la plaza, donde se encontraba la iglesia, el ayuntamiento y el mercadillo en los días de feria, y el cementerio. Dos bares y una tienda de ultramarinos junto a la tahona componían el comercio local; el pueblo se autoabastecía de vegetales gracias a la garganta, un curso de agua que bajaba directamente desde ocultos manantiales en los montes adyacentes, y que incluso en verano tenía un caudal estimable. Las huertas se ubicaban en las afueras del pueblo, y en la parte de atrás de algunas casas: judías, tomates, pimientos y otras hortalizas componían la mayor parte de las matas.

Sólo los muy ricos tenían una o dos vacas: la ganadería del pueblo eran básicamente cerdos, uno o dos por familia, que se iba engordando cada año con los restos de comida y basura de la casa, y que se sacrificaba en otoño, en el equivalente más cercano a un festín para muchos de los aldeanos. Unas pocas familias tenían rebaños de cabras, al cuidado de los más pequeños, para dar leche y queso; los niños las sacaban en las mañanas y las llevaban al monte, donde pasaban la jornada hasta regresar al atardecer. En algunos casos, la familia rentaba un prado o terreno en el valle vecino, y el cabrero pasaba allí semanas o meses enteros, solo con los perros y su navaja.

El progreso pasó por Algena apenas terminada la guerra civil, dejando una carretera secundaria que lo unía con los pueblos de alrededor, una cinta de asfalto que partía de la carretera general y llegaba hasta la capital de la comarca, y por donde venían los buhoneros el sábado y el día del patrón, y por donde se iban yendo la juventud y las esperanzas del pueblo. Aun faltaban muchos años para que por esa misma carretera, con un asfalto más nuevo, hija de una autopista con rango de autovía europea, volvieran los hijos y nietos de esos emigrantes, para pasar los veranos primero, y para echar raíces después. Pero eso es otra historia.

sábado, agosto 07, 2010

Recuperado el olfato, la vida huele bien

Después de varios meses de sinutisis, provocada por el stress psiquico de mantener muchos secretos, tras echar por la borda un matrimonio maravilloso, he recupeado el olfato. Ya no me agobio tanto, estoy más liberado, estoy trabando para volver a ser el de antes, un hombre seguro de sí mismo, capaz de tomar decisiones difíciles y perseguir sus sueños.

Vuelvo a disfrutar de la música que me enamoró en su día, vuelvo a sonreir, vuelvo a soñar...