miércoles, abril 11, 2012

Ya no quiero soñar...


Hace unos 5 000 años, los dioses decidieron bajar a la tierra y hacerse cargo de los asuntos de los hombres. Por centurias se involucraron en las disputas y en las guerras humanas, llevando a la raza de los hombres por el camino que ellos quisieron. En un momento determinado, sin embargo, perdieron interés, y poco a poco los seres humanos fuimos conquistando nuestra libertad. Los dioses, sin embargo, nos seguían considerando juguetes, y no toleraron muchas de nuestras necesidades. Un odio larvado a su dominio creció con los siglos, y estalló con gran violencia durante lo que se conoció como Guerras Olímpicas, un largo conflicto en el que dioses y hombres lucharon unos contra otros, hermanos contra hermanos y padres contra hijos.

La faz de la tierra cambió drásticamente cuando los dioses emplearon sus poderes para mover ríos o montañas, crear nuevos océanos o secar los existentes, abrir volcanes o lanzar toda la furia del mar contra los humanos que se les enfrentaban. Los hombres aprendieron en ese tiempo a luchar contra sus poderes, a crear armas que pudieran dañar los cuerpos inmortales, a obtener ventajas de las rencillas y desavenencias de las distintas familias divinas.

El punto álgido de la guerra ocurrió sobre los llanos de Jollui-koi, donde naciones enteras se perdieron, millones de personas quedaron enterradas bajo los escombros de lo que fue una de las mayores cadenas montañosas del planeta, y dioses y semidioses dejaron su inmortalidad a merced de las armas y el coraje humano. Mucho del daño fue hecho por magos y criaturas mágicas: centauros, gigantes y seres voladores se habían aliado con la humanidad, mientras los seres marinos luchaban del lado de los dioses. Miles de magos y brujas usaban sus poderes a favor de la coalición de naciones, el Eje como se le conocía en aquellos turbulentos tiempos…

No todos los dioses combatían a los hombres. Un puñado de seres divinos apoyaba, de forma encubierta al principio, abiertamente más tarde, las aspiraciones de la humanidad. Dioses menores espiaban, aconsejaban, sangraban y luchaban junto a aquellos que hacía poco consideraban meros juguetes. Muchos murieron en esta guerra, otros muchos quedaron tullidos o perdieron su divinidad…

Pero también había algunos humanos luchando en el bando de los dioses. Descendientes de dioses y héroes, ligados desde tiempo inmemorial a las distintas familias divinas, mestizos fruto de uniones entre humanos y dioses, entre seres mágicos y humanos, entre los mundos mortal y divino… Algunos de estos inmortales cambiaron de bando durante la contienda, asqueados por el desprecio a la vida humana de algunos de los dioses. Otros, simplemente decidieron que la humanidad tenía derecho a aquello que le era negado.

Un puñado de estos mestizos tuvo un papel especial durante las últimas fases de la guerra, como carne de cañón en la vanguardia de los ejércitos humanos. Sus poderes y resistencia les hacían seres ideales para atacar y desaparecer, para infiltrarse en las moradas divinas y acabar con los dioses menores o sus acólitos. Fueron conocidos como “comandos pacare”, encargados de calmar la resistencia de los enemigos de los hombres.

Al terminar la guerra, con el armisticio de Atenas y los tratados posteriores, los miembros de esos comandos quedaron liberados de sus deberes militares. Algunos, incapaces de sobrellevar los horrores a los que se les había sometido en aras de la victoria, se dejaron morir, arrojándose a volcanes en erupción, o aislándose en cuevas remotas, dónde permanecieron hasta que su alma se separó del cuerpo. Otros, los menos, se desvanecieron entre la humanidad a la que habían protegido, apareciendo de vez en cuando en susurros o conversaciones de cazadores, como seres fantasmales que se encontraban en la profundidad de bosques, montañas u océanos. 

1 comentario:

Candas dijo...

Menos mal que no está en tu mano conseguirlo...