jueves, marzo 27, 2014

Grillos y mariposas

Tictactactactactictactac…

El ruido de las teclas le llevó hasta la habitación. Le había despertado de su siesta un continuo soniquete que venía de aquel cuarto. Lo conocía bien. Era el sonido de la vieja Remington, incluso escuchaba ese característico “tchak” que hacía la “ele” minúscula al chocar contra el papel. Sin embargo, era una voz que no había escuchado en bastante tiempo, desde el accidente…

Se asomó por la puerta. Allí, sentado frente al escritorio, golpeando rítmicamente las techas de la máquina de escribir, Max parecía en otro mundo. El humo del cigarrillo que había encendido, y que probablemente ya había olvidado, se elevaba desde el cenicero, mientras los dedos del hombre se movían sin descanso, saltando de una letra a la otra, formando palabras, frases, párrafos, una historia…

No quiso acercarse. Desde su lugar podía ver como la inspiración hacía que el hombre escribiera línea tras línea. Conocía su forma de hacerlo, sacando casi toda la historia de un tirón desde su prodigiosa imaginación, para releerla y corregirla después lenta y laboriosamente. Parecía que las musas habían vuelto a acordarse de él. Ni un momento dejó de teclear, no había dudas ni vacilaciones en su forma de hacerlo, todo surgía con fluidez de sus manos, de su cabeza... Notó como una sonrisa se empezaba a formar en su rostro, era alegría, por fin las horas de angustia, malos sueños, discusiones y dolor hubieran terminado. Ya estaba impaciente por leer la historia que surgía en ese momento…

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